Por José del Moral de la Vega.
Terminando el siglo XVIII se abrió en París el “Boulanger”, considerado el primer restaurante del mundo con las características que hoy tienen estos establecimientos, y a comienzos del XIX, Brillat-Savarin publica “La Phisiologie du goût” con la intención de dar carácter intelectual –con mucha imaginación– a todo lo referente a la culinaria y a su disfrute, atreviéndose a entrar incluso en el proceloso campo de la caracterología y la fisiognomía: «Los predestinados para la gastronomía, por lo general, tienen estatura mediana, cara redonda o cuadrada, ojos brillantes, frente pequeña, nariz corta, labios carnudos y barba redonda. Las mujeres son regordetas, más bien bonitas que hermosas y con alguna predisposición para adquirir obesidad». Y clasifica a éstos en cuatro categorías: «Los financieros, los médicos, los escritores y los devotos». Parece imposible retraerse a leer –por su ingenio– la razón gastronómica que atribuye a estos últimos: «La Divina Providencia engorda la codorniz para el hombre, aromatiza el moca y le ofrece el azúcar. ¿Cómo no se han de usar con moderación conveniente los bienes que la Providencia nos ofrece, sobre todo si proseguimos mirándolos como perecederos y, mayormente, si exaltan nuestra gratitud al autor de todas las cosas?».