“Los pinares de la sierra”, 99

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- Gracy se marcha.

Me había enamorado locamente de Gracy, como uno se enamora de la primera mujer que se le entrega en alma y cuerpo. Estaba tan colado por ella, que, cuando me anunció que al día siguiente salía para Madrid a coger un vuelo hacia Buenos Aires, le prometí que no la olvidaría; le dije que para mí no habría nunca otra como ella, y le juré que le guardaría fidelidad, aunque tuviera que esperar años enteros. Una tontería, porque para ser infiel se necesitan ocasiones, y de sobras sabía ella que no me había comido un rosco hasta que la conocí. Pasé la noche sin dormir y, al día siguiente, la acompañé a la estación de Francia, llevé su maleta hasta el andén y, de buena gana, hubiera cogido aquel tren para irme con ella al fin del mundo. Caminaba como un sonámbulo, sin olvidar ni por un momento que se marchaba muy lejos y que no volvería a verla, posiblemente.

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