Por Mariano Valcárcel González.
Leí que habían detenido a una joven actriz estadounidense por pertenecer a una secta que esclavizaba a sus adeptos (más bien adeptas) y los convertía en esclavos sexuales, incluso marcándolos a fuego como al ganado y, desde luego, encerrándolos para que no escapasen.
No es esto nada nuevo en el país donde las sectas de diversa índole crecen como las setas, a cual más inverosímil y desquiciada según el modelo y patrón de su fundador o fundadores. Curioso es que por el cine y las series televisivas tenemos muestras de lo que suponen estas comunidades, hasta llegar a los extremos descritos y, sin embargo, se repiten y se repiten.