Sectas, otra vez

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Por Mariano Valcárcel González.

Leí que habían detenido a una joven actriz estadounidense por pertenecer a una secta que esclavizaba a sus adeptos (más bien adeptas) y los convertía en esclavos sexuales, incluso marcándolos a fuego como al ganado y, desde luego, encerrándolos para que no escapasen.

No es esto nada nuevo en el país donde las sectas de diversa índole crecen como las setas, a cual más inverosímil y desquiciada según el modelo y patrón de su fundador o fundadores. Curioso es que por el cine y las series televisivas tenemos muestras de lo que suponen estas comunidades, hasta llegar a los extremos descritos y, sin embargo, se repiten y se repiten.

¿Qué impele a estas gentes a engancharse a estos grupos manifiestamente peligrosos? ¿Qué carencias de todo tipo se han de tener para llegar a esa alienación…? ¿Por qué existieron, existen y existirán las sectas? Creo que hay muchas explicaciones y factores analizables que lo aclararían.

Vuelvo la vista hacia nuestra cultura, nuestro entorno, y me encuentro que también hay sectas, aunque se las trate de camuflar o edulcorar bajo justificaciones religiosas dentro de la ortodoxia católica. Dejo aparte las que también surgen y campan dentro de los derivados del protestantismo y las iglesias reformadas.

Las órdenes religiosas, en general, son verdaderas sectas. Sectas, facciones, cuerpos renovados, movimientos místicos o de acción. Fíjense cómo para una doctrina, para una fe, para una Iglesia, se admiten tantas organizaciones que dicen pretender casi siempre lo mismo que las demás, pero mejorándolo, que se muestran como más puras o más acordes con la verdad revelada. Todas tuvieron un fundador o fundadora, elevados luego al santoral (menos ese infame “legionario”) y diversos santos en su panoplia virtuosa, mas ¿no es verdad que casi nunca siguieron las enseñanzas y mandatos de esos fundadores…? Porque, en general, eran demasiado rígidas las reglas fundacionales, como para aguantarlas virtuosa y santamente; que tanto santo no hay, ni tanto dispuesto a serlo.

Lo que prima es el establecimiento del poder, la influencia en la sociedad, la riqueza conseguida. En esto, se centraron las órdenes religiosas, abandonando los criterios de su santo fundador, en la obtención de bienes terrenales e influencias políticas, sociales y morales con las que poder mantenerse en primera línea.

No se me diga que no, que eso no ha sido así; puede que en algunas no y logren mantener la pureza de sus reglas y fines, a costa de gran sacrificio personal de sus miembros; pero la mayoría… Tengamos algún ejemplo a mano: se funda una orden para llevar la enseñanza a los chicuelos del lumpen, los abandonados, los crecidos entre la brutalidad y el desarraigo, carne de cañón y de cárcel; bien, es la intención santa del santo fundador. Luego, cuando muere (incluso antes en algunos casos) sus sucesores estiman que la labor es dura, deprimente y que además tiene pocos frutos, ni para los atendidos ni para los de la orden; así que mejor atender a chicos de clases más pudientes, que además de más manejables pueden aportar influencia –en el futuro– política y económica.

Casos así, demasiados. Cuando se descubre la verdad de las intenciones es demasiado tarde, ya están arraigados y han tejido una red poderosa. Ya actúan como verdaderas sectas. Los que han sido alumnos suyos se sienten poderosamente identificados y unidos a la orden, con la que mantienen relaciones intensas, pues es la misma organización religiosa la que las teje y las alimenta, haciéndolas crecer de tal forma que ya parezcan necesariamente vitales. La secta los junta, convoca, ordena, cataloga y maneja a su antojo para diversas actividades religiosas, para–religiosas, cívicas y sociales. La secta así coloca y mantiene a sus miembros en puestos estratégicos. Son piezas del engranaje necesario para que la organización se mantenga con fuerza y vitalidad, incluso con la seguridad de capear las posibles adversidades sobrevenidas. Se cuidan de actividades contrarias a sus intereses fomentando las leyes convenientes o bloqueándolas. Sus adictos controlarán medios de opinión y laborarán por cambiar la que sea contraria a sus fines. Influirán en gobiernos locales, regionales o nacionales y, desde los puestos en el poder judicial, dictarán sentencias salidas de los manuales de conducta y doctrina de los capítulos generales que dirigen la vida de la orden.

Los miembros de la secta tienen diversos grados y categorías, como en toda organización jerárquica. En una secta no existe la organización horizontal (aunque se aparente, por mera economía organizativa), porque a lo más que se llega es al orden piramidal; siempre hay un vértice incuestionable. El miembro llano de la secta obedece y acata. Si se le encuentran cualidades, puede que ascienda en la pirámide. Si se le encuentran defectos serios, se le expulsa siempre que sean notorios al público; si han empezado a trascender y el sujeto está ya en un nivel alto de la jerarquía, entonces se niegan y ocultan.

Se exige sumisión y fe. Fe que puede ser, más que fe, credulidad ciega. La secta tiene sus propias creencias, desde luego siempre mejores que las de los demás. Y el control personal de cada miembro es absoluto; para ello existen los llamados directores espirituales, consiliarios y demás; tienen a su cargo grupos de base con los que empezar a trabajar o elementos valiosos a los que conviene tener a buen recaudo. Si estas gentes manifiestan disensiones, primero se las trata de reconducir y luego, si son reticentes, se les expulsa. También son expulsados aquellos que constituyen un peligro en sí mismos para su estabilidad personal, pasados generalmente “de rosca” por el atroz lavado de cerebro a los que fueron sometidos y que ya no conviene tener dentro de la comunidad.

En una secta es hasta cierto punto fácil entrar; pero el salir ya es más problemático. No se sale generalmente sin traumas y sin peligros. Las carreras y el futuro de más de uno se las han jugado al decidir salirse. También los que escapan a veces se convierten en furibundos denunciantes y enemigos de la secta a la que pertenecieron. Tal que es complejo el entender cómo hay personas que se dejan captar por estas asociaciones y que hasta procuran su crecimiento (incluso con el aporte de sus propias pertenencias, de sus patrimonios); también es complejo entender que protagonicen esas “caídas del caballo” tan bruscas y radicales, tras las cuales todo lo que era blanco se torna negro.

Pertenecer a una comunidad de fe o de creencias no debiera implicar ingresar en una sociedad controladora, represiva, cerrada, con entidad en sí misma sobre todo lo demás y fuera de la cual no existe la salvación ni la realización espiritual e incluso personal, emocional, laboral… E incluso sexual.

Pero sectas las habrá mientras la humanidad prefiera ser dirigida a dirigirse. No se enfurezcan, de sectas laicas o políticas ya escribiré otro día, que también las hay.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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