Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.- El principio de Ackerman.
De camino a la discoteca iba pensando que aquella noche Barcelona presentaba un aspecto deslumbrante; parecía que nadie tenía problemas y los transeúntes mantenían ese aire, alegre y despreocupado, que tienen las personas que no le temen al futuro, porque confían en que el día de mañana no les faltará nada. Un numeroso grupo de jóvenes, risueño y divertido, se arremolinaba ante el rótulo luminoso de Bikini. Los chicos con sus pantalones vaqueros acampanados, y las muchachas ―las más guapas y llamativas de la ciudad― con sus generosos escotes, sus breves minifaldas y sus zapatos de tacón. Solo algún que otro fantasmilla descamisado, con pinta de hippy, se metía entre las chicas procurando enrollarse con ellas, hasta que uno de los gorilas, que custodiaban la entrada, cogía por un brazo al ligón y le ordenaba que se alejara de la puerta al instante. Entonces podía ocurrir una de estas dos cosas: o el moscardón desistía de su propósito, y se iba refunfuñando y profiriendo amenazas o, allí mismo, los matones le daban una tunda hasta que entraba en razón.