Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- A solas con Gracy.
Tomamos unos sándwiches en una terraza de la Rambla de Cataluña y acompañamos a las chicas al Márisol Palace. Una vez en el piso, Gracy abrió el mueble bar y cogió una botella de JB.
―¿Con hielo o lo prefieres tal cual?
Como apenas había bebido whisky un par de veces, respondí con seguridad.
―Con hielo, por favor.
Fue a la cocina y volvió con un vaso largo lleno hasta la mitad, con tres cubitos, y tomó el primer sorbo.
―A medias, ¿vale?
Paco y Genny se pusieron a hablar del futuro, que para ellos significaba ganar mucho dinero, y Gracy dijo que me quería enseñar el nuevo “book” de fotos que le habían hecho en Selene con ocasión de su ascenso a primera actriz. Tomó el vaso con una mano y con la otra me llevó a su habitación; dejó el whisky en la mesita, miró entre los libros de la estantería y cogió el álbum. Nos sentamos al borde de la cama y lo abrió sin decir una palabra. Aún no habíamos visto cuatro fotografías, cuando se abrazó mí y me besó con pasión.
―Te quiero mucho ―dijo tras unos cuantos besos—.
―Yo también te quiero ―respondí con el corazón saltándome en el pecho—.
―¿Otro sorbito? ―dijo, tomando un buen trago de whisky—.
―De acuerdo ―acepté, sin demasiada convicción—.
La volví a mirar y me di cuenta de lo joven que era. Aquella tarde llevaba una blusita blanca muy escotada, se había hecho una coleta casi infantil, y en su expresión se leía, con claridad, el fuego que latía en su interior. Estaba tan cerca de mí, que sentía el calor de su cuerpo y oía palpitar su corazón. Cerré los ojos, me olvidé de todo y nos dimos un beso interminable. Estaba en otro mundo. Era maravilloso que una chica, tan hermosa como Gracy, se me entregara con aquel ardor, con aquel entusiasmo. Por un instante, me sentí un experto en lides amorosas, y esa sensación me produjo una seguridad, una paz y un bienestar, como nunca hasta entonces había experimentado. Empecé a acariciarla de la manera que ella me había enseñado y a mí se me ocurría, mordisqueándole el lóbulo de la oreja, besándola con violencia o rozando con la lengua su cuello desnudo, hasta que se decidió a tomar la iniciativa.
Se giró con un delicioso movimiento de caderas, cogió mis manos y las llevó hasta su rostro primoroso. Ya he dicho que a Gracy le gustaba que la acariciara. Llené sus labios de besos durante un buen rato, mientras ella sonreía complacida, elevando los ojos y echando el busto hacia atrás, para gozar con más intensidad. Me hubiera gustado decirle cosas muy agradables, pero en aquel momento no se me ocurría nada que me pareciera adecuado. Bajé mi mano por debajo de su cintura, pero ella la retiró con gran delicadeza; me ofreció sus labios y me dijo que dejáramos aquello para otra ocasión.
―Hoy tienes que marcharte y no quiero tener la sensación de que me dejas sola. Prefiero hacerlo cuando puedas quedarte conmigo toda la noche.
En aquel momento, llamó Paco a la puerta, me preguntó que si quería irme con él en la moto; y, después de arreglarnos un poco el pelo, salimos de la habitación y escuchamos un llanto inconsolable al fondo del pasillo. Al ver mi cara de sorpresa, Gracy le quitó importancia al asunto, como si ya estuviera acostumbrada a aquellos incidentes, y me dijo en voz baja que no me preocupara, que se trataba de Marisol.
―Se encuentra muy sola, lleva una vida muy monótona y trata de solucionarlo con el sexo. Creo que se está convirtiendo en una ninfómana. Hoy ha llamado a Pato durante toda la mañana y ahora debe de estar con él o con alguno de los que ella llama sus “novios”. Al principio todo va bien; pero, al poco rato, cuando comienza la fase de bajada, empiezan los gritos y los lloriqueos. Nosotras ya estamos acostumbradas a estas escenas y le ayudamos en lo que podemos; pero es muy desgraciada. Yo creo que lo suyo es una depresión sentimental.