“Los pinares de la sierra”, 72

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

CAPÍTULO XII

1.- “Cabaret”.

Anoche, ponían “Cabaret” en el cine Coliseum de la Gran Vía. Paco estaba empeñado en que teníamos que ir a verla, porque en las carteleras se exhibía un gran póster de Liza Minelli, con unas mallas negras y zapatos de tacón, en una postura muy sensual. Tenía la pierna izquierda apoyada en el suelo, y la derecha subida sobre una silla, creando entre las dos un ángulo muy abierto, que examinábamos con la máxima curiosidad, hasta llegar a la parte más apetecible de la actriz; ese sitio atractivo y misterioso, donde se unían sus deliciosos muslos, redondos, torneados, perfectos. Aquel póster causaba estragos en nuestra imaginación.

Compramos unas palomitas a una señora mayor con cara de cansada, que nos miró de forma rutinaria y nos dio el cambio sin prestarnos demasiada atención.

―No debería permitirse que una mujer de esta edad trabaje hasta tan tarde y llegue a casa de madrugada ―comentó Paco en un tono apenas perceptible, mientras le entregaba el dinero, respetuosamente—.

Ella agradeció el detalle con una solícita sonrisa, y nos dirigimos al patio de butacas. Nos sentamos a la mitad de la sala, Genny al lado de Paco, y Gracy junto a mí.

―¿Quieres palomitas? ―dijo Gracy, ofreciéndome el cucurucho—.

Como actriz de fotonovela y futura estrella de cine, Gracy estaba muy interesada en la película; en cambio, Paco y Genny tenían otros intereses muy distintos y se levantaron para ir a sentarse en un rincón, al fondo de la sala. Cuando se marcharon, yo cogí a Gracy de la mano y nos besuqueamos, aunque no demasiado, porque ella no apartaba los ojos de la pantalla. Pero al cabo de unos minutos, cambio de parecer y empezó a besarme con fogosidad, girando el cuello y apretando mi cara entre sus manos. Me encantaban aquellos arranques de pasión, y me excitaba verla en aquel estado. Excitado por la ración de besos, acaricié sus pechos por encima del jersey, y ella me miró con una pícara sonrisa. A Gracy le gustaba que la tocara, de modo que me cogió la mano, la apretó contra su pecho y me volvió a besar rozando mis labios con su lengua.

El cine era su vida ―como solía decir de vez en cuando―. Se pasaba las tardes tendida en el sofá del saloncito en el Márisol Palace, hojeando las revistas del corazón y leyendo la vida de las actrices. Tras unos minutos de manoseo, se calmó de repente, volvió a ofrecerme el cucurucho de las palomitas y, algo más relajada, se acomodó en el asiento hasta una de las últimas escenas de la película; cuando en un primer plano delicioso, Liza Minelli cantaba el tema musical de “Cabaret” y decía la frase: “¿De qué te sirve quedarte a solas en tu cuarto? Deja la ropa, el libro y la escoba, y tómate un respiro…”. En ese momento, sacó a colación un asunto que, al parecer, la preocupaba.

―¿Sabes? Hace más de un mes que salimos juntos y aún no te has quedado a dormir conmigo ninguna noche. ¿Es que no te gusto?

No supe qué contestar. Se habían terminado las palomitas y los minutos finales se me hicieron eternos. Mientras pensaba la respuesta, se encendieron las luces de la sala y fuimos en busca de Genny y de Paco, que se seguían besando tranquilamente, aunque se habían encendido las luces de la sala y, puesto en pie, el público se disponía a abandonar el local. Tenían la cara enrojecida tras casi dos horas de morreo ininterrumpido.

―¿Qué hacéis aquí tan solos? ―preguntó Gracy con ironía—.

―¿Ya ha terminado la función? ―respondió Genny, dedicándole a Paco una sonrisa deliciosa—.

Él se pasó el dedo índice por los labios sin dejar de reír, y salimos a la calle.

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