Por Dionisio Rodríguez Mejías.
4.- El timo del Tenorio.
Llegaron a Barcelona a media tarde. María Luisa dijo que tenía ganas de llegar a casa, Soriano se ofreció a acompañarla, como exigen las normas de la más elemental caballerosidad, y ella agradeció el detalle con una sonrisa maliciosa. El piso era un ático, coqueto y muy bien arreglado, con un saloncito lleno de fotografías antiguas, y una terraza orientada al mar. Cuando una pareja de enamorados se encuentra a solas en un ático tan acogedor, y en una colosal ciudad como Barcelona, no hace falta aclarar que su tema de conversación no es, precisamente, la compra de parcelas. Porque, aunque pequeño y coqueto, el piso de María Luisa tenía, además del saloncito y la terraza, un espacioso dormitorio con una cama digna de un prelado del Sacro Colegio Cardenalicio. O sea, monumental. En ella ―quién se acuerda de aquello―, había galopado muchas noches su difunto marido a lomos de la peluquera.