“Los pinares de la sierra”, 69

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- El timo del Tenorio.

Llegaron a Barcelona a media tarde. María Luisa dijo que tenía ganas de llegar a casa, Soriano se ofreció a acompañarla, como exigen las normas de la más elemental caballerosidad, y ella agradeció el detalle con una sonrisa maliciosa. El piso era un ático, coqueto y muy bien arreglado, con un saloncito lleno de fotografías antiguas, y una terraza orientada al mar. Cuando una pareja de enamorados se encuentra a solas en un ático tan acogedor, y en una colosal ciudad como Barcelona, no hace falta aclarar que su tema de conversación no es, precisamente, la compra de parcelas. Porque, aunque pequeño y coqueto, el piso de María Luisa tenía, además del saloncito y la terraza, un espacioso dormitorio con una cama digna de un prelado del Sacro Colegio Cardenalicio. O sea, monumental. En ella ―quién se acuerda de aquello―, había galopado muchas noches su difunto marido a lomos de la peluquera.

Antes de seguir, ella le pidió disculpas a Soriano y fue a darse una ducha fresquita; pero antes de hacerlo le sirvió una cerveza, para hacer la demora más llevadera. Con el natural azoramiento de una primera vez, con muchos nervios y dudas de conciencia, porque la foto del marido aún estaba encima de la mesita, empezó el debut copular de la pareja, con una enorme sensación de gozo e infinito bienestar. Hasta cuatro veces repitieron el encuentro con entusiasmo renovado, porque, aunque el valenciano era bastante flacucho y escuchimizado, era también un individuo ducho en la materia. Y en cuanto a María Luisa, tras largos años de abstinencia, volvía a evocar el placer del sexo, una materia olvidada desde la ausencia de su extinto marido. Al borde del agotamiento, y para cerrar con broche de oro la sesión, Soriano se inventó una escena que siempre le daba magníficos resultados con sus conquistas.

―¡Con cuántos hombres habrás hecho el amor en esta cama, querida mía! ―dijo aparentando un ataque de celos que no sentía—.

María Luisa ―qué remedio le quedaba―puso carita de buena y le juró que siempre había respetado el tálamo nupcial; que los hombres eran más aficionados a ese tipo de devaneos y que una mujer sola estaba obligada a velar por su fama y su buen nombre. Como muestra de que tan juiciosas palabras lo habían convencido, y que confiaba en el decoro y la honradez de la estilista, Soriano repitió el coito una vez más, y ella se entregó a él afanosamente, como una fuerza de la naturaleza, como si tratara de recuperar, en una tarde, los largos años de sequía afectiva.

A eso de las nueve de la noche, a la vista de que Soriano tenía el depósito agotado, y ya no le quedaba ni la reserva, salieron de la cama y cogidos de la mano fueron a dar una vuelta por el Paseo de Fabra y Puig y cenaron en “La Esquinica”, un clásico bar aragonés con tapas variadas y de calidad, y un servicio amable y diligente. Ante un generoso plato de patatas bravas, otro de chocos, una ración de pulpo y una botella de Cariñena, empezaron a plantearse su futuro inmediato.

―Yo solo veo un camino ―dijo Soriano diseñando su plan―; en estos pocos días que faltan para las Navidades, terminamos de conocernos, hacemos luego un viajecito al extranjero y, a primeros de año, nos casamos.

De pronto a ella le surgió la duda.

―Dam, ¿tú eres soltero, o viudo como yo?

―Mari, tú por eso no te preocupes, que si me quieres y te portas conmigo como hasta ahora, además de hacerte rica nunca te dejaré. Tienes mi palabra. Y para que veas que te lo digo en serio, con la comisión de las parcelas que acabamos de comprar, abriré una cartilla a nombre de los dos e ingresaré las treinta mil pesetas. Estas operaciones me las pagan a quince mil, porque son clientes que nos facilita la empresa; pero con tus clientas, que son particulares, me pagarán a veinte mil cada operación. ¿Cómo lo ves?

María Luisa, una gran dama en toda la extensión de la palabra, pensó que Soriano no había entendido su pregunta.

―No, si fiarme de ti, ya me fío. Te he preguntado que si eres soltero o viudo, porque si nos vamos a casar…, ya sabes: como en este país tan atrasado no existe el divorcio…, por eso te lo he dicho. ¿Me comprendes ahora?

―Pues claro que sí, querida mía; y también he pensado en ello. Ahora que se acercan las Navidades y no subiremos a Edén Park por culpa del mal tiempo, tú y yo deberíamos tomarnos unos días de vacaciones. Nos vamos a Andorra y nos hacemos unas fotos saliendo de una iglesia como si nos acabáramos de casar. Ya sabes, una boda romántica y sencilla en plan americano, como esas que se celebran en Las Vegas. ¿Qué te parece? ¡Ah! y cuando Franco la palme, cosa que al parecer ya no puede tardar, nos casamos como Dios manda y asunto resuelto. O sea, por lo civil. Piénsalo.

roan82@gmail.com

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