“Los pinares de la sierra”, 53

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- Las cosas mejoran en Edén Park.

Aquella semana no asistí a la reunión de ventas y al día siguiente me llamó por teléfono el señor Bueno.

―¿Qué le ocurre, señor Aguilar? ¿Cuándo vuelve con nosotros? No me diga que ha bastado un solo contratiempo para arruinar su seguridad. Pero, al fin y al cabo, eso es cosa suya. Yo le llamo para demostrarle que no somos ningunos estafadores y que vale la pena trabajar en la promoción de un proyecto tan ambicioso como Edén Park. ¿Puedo seguir contando con usted?

Le di mi palabra y la cumplí. El sábado siguiente, cuando llegamos a la finca, nos llevamos una agradable sorpresa; habían empezado a compactar el pavimento de la rotonda ajardinada, que daba acceso a la urbanización, y a los lados de la calle principal unos cien metros de bordillos de piedra permanecían alineados a ambos lados de la calle. También acotaron la zona en donde irían las pistas de tenis, que venían marcadas en el plano, y comenzaban a excavar el vaso de la piscina. Aquello disipaba muchas dudas. Hasta yo me creí que habían empezado a trabajar en serio y que, en unos meses, se llevaría a cabo aquel fantástico proyecto del que tanto nos habían hablado.

Como consecuencia de las obras, la empresa subió dos pesetas el precio del palmo de terreno y, sobre el papel, los antiguos compradores acababan de ganar cuarenta y dos mil trescientas cuarenta y ocho pesetas, exactamente, aunque les quedaran montones de letras por pagar. Aquellas medidas eran la demostración de que comprar en Edén Park significaba hacer una buena inversión y que las promesas de los equipamientos y mejoras empezaban a ser una realidad. Las semanas siguientes, los vendedores hablaban tan de buena fe y con tanto entusiasmo de aquellos progresos que, aunque los clientes nunca se hubieran planteado la posibilidad de adquirir una parcela, cuando les oían hablar con tanta seguridad, se acababan convenciendo y muchos terminaban por comprar. ¡Qué poco cuesta convencer al que está dispuesto a ser convencido y con qué poca cosa se conforma!

Al principio, todos procurábamos amoldarnos y cumplir las pautas que nos marcaba el señor Bueno. Quizás algunos adornaban un poco la verdad, pero sin engañar demasiado. Pero muy pronto, los más vivos se empezaron a dar cuenta de que, para vender ilusiones, lo más eficaz era prometer imposibles y mentir. Luego, el día de mañana cada uno se arreglaría como pudiera.

Algunos empezaron a decir que, durante la semana, nos visitaban nuestras oficinas importantes personajes de la alta sociedad, para efectuar grandes operaciones; y que familias, muy conocidas del mundo de la cultura y las finanzas, tenían importantes intereses en Edén Park. Por si algo faltaba y, como seguramente al señor Bueno también le apretaban los de arriba para que consiguiera mejores resultados, recurrió a su habilidad como trilero, y se inventó una táctica para no malgastar ningún sorteo y que solamente le tocara al que estuviera dispuesto a comprar.

La fiebre vendedora subió como la espuma. Después de almorzar y hablar con los clientes del precio y la forma de pago de los terrenos, uno por uno pasábamos por el cuartito en donde nos esperaba el jefe de ventas. Allí le informábamos de la marcha de la operación y, entre todos, elegíamos al primo más fácil de engatusar y, precisamente a ese, le tocaba el sorteo con absoluta seguridad.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta