“Los pinares de la sierra”, 41

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

8.- Asegurando la operación.

Serían las dos de la tarde más o menos, cuando ‑finalizado el sorteo‑ volvimos al autocar para regresar a Barcelona. No lo supe hasta después, pero cuando estaba a punto de subir, José Carlos Maqueda, uno de los vendedores veteranos, nos dijo que, por un asunto familiar, tenía prisa en llegar a Barcelona y, gentilmente, nos ofreció su coche para regresar. Los señores Recasens aceptaron encantados y, sin perder un momento, subimos al coche y en menos de cincuenta minutos estábamos en Barcelona. Siguiendo las instrucciones de lo que el señor Bueno llamaba “El proceso de bajada”, durante el trayecto, Maqueda les habló de la inconveniencia de compartir ciertos asuntos con amigos y familiares.

―Lo digo, más que nada, porque hasta en las mejores familias hay pequeñas envidias y rivalidades. Posiblemente, si ustedes comentaran que acaban de comprar dos parcelas en una prestigiosa urbanización, como Edén Park, seguro que alguien intentaría quitarles la idea de la cabeza, más que nada, por envidia. A las personas envidiosas les gustaría superar a los demás, en todo lo que ellos no logran conseguir. ¿Verdad que sí?

Poco después de las tres de la tarde llegábamos al domicilio de los señores Recasens, en el paseo de la Bonanova. Subimos al piso y nos encontramos con un joven, que salía con prisa de la casa, vestido con el uniforme de oficial del ejército. Con razonable orgullo, la señora nos dijo que su hijo, alférez de complemento, cursaba el último verano de las milicias universitarias. Besó a la madre y saludó al padre que dijo muy satisfecho.

―Hoy hemos comprado un terreno de mil seiscientos metros. Ese será tu primer proyecto como arquitecto.

―Lo siento, papá; me marcho o llegaré tarde. Ya hablaremos. Hasta pronto mamá.

Salió el militar, el señor Recasens nos extendió el talón de cincuenta mil pesetas, firmé el recibo, nos despedimos de ellos con exquisita corrección y salí de la casa como alma que lleva el diablo, más contento que unas castañuelas.

Cuando llegamos al despacho y le entregamos el talón al señor Bueno, los vendedores nos felicitaron como si acabáramos de batir una marca olímpica. A todo esto, Paco me dijo que no se había equivocado conmigo, y que estaba seguro de que yo había nacido para la venta. Algunos compañeros dijeron que aquello había que celebrarlo y bajamos a “Los intocables”. Entre el madrugón, las cervezas y con el estómago vacío, cuando salimos de allí no sabía dónde estaba. Le dije a Paco que me iba a casa a descansar y me dijo que ni mucho menos.

Genny y una amiga suya, que está como un tren, nos esperan en el piso de la plaza de España. Lo siento, pero me había comprometido y no podemos darles plantón. Lo hice por ti; pensé que no venderías y quería que acabaras bien la tarde. Además, que quiero explicarte cómo se enamora a una tía; pero déjame que llame antes, para decirles que en diez minutos estamos en el piso. ¿Vale?

roan82@gmail.com

Deja una respuesta