“Barcos de papel” – Capítulo 28 e

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- Sombras de duda.

Hubo un nuevo silencio y volvió a preguntar.

—Alberto, ¿por qué no aclaramos esta situación? ¿Por qué no me hablas con sinceridad? Presiento que algo te aleja de mí. No sabría decir qué es, pero lo noto. Estás ausente, como si te atormentara alguna cosa. No me atrevo a preguntarte qué te ocurre, pero tengo la sensación —al decir esto se le quebró la voz y a punto estuvo de echarse a llorar—…, tengo la sensación de que te estoy perdiendo. ¿Te estoy perdiendo? Alberto, por favor, no me engañes. He tenido unas ideas tan raras… Pensaba que no tendría valor para decírtelo. A veces, pienso que me vas a dejar. Si crees que soy culpable de tus preocupaciones, dímelo. Lo comprenderé y haré lo que me pidas; pero, si no sucede nada, dímelo también. Necesito saberlo.

¿Qué podía contestarle? Me callé y me encerré en mí mismo, respondiendo con frases sin sentido para llenar el vacío de aquel silencio.

—Roser, no digas esas cosas. De sobra sabes que te quiero más que a nadie en el mundo. Yo soy así, pero luego se me pasa.

—Hace más de un mes que aparte de besarme, no me has tocado. ¿Te das cuenta? Reconoce que eso no es normal. Al principio, no eras así.

Procuraba no mirarla a los ojos y contestar a sus preguntas con frases breves. La excusa y la mentira siempre suenan mal.

—Roser, por favor, pronto pasará todo y olvidaremos estas preocupaciones.

—¿Me dices la verdad?

—Pues claro. Sabes que soy incapaz de mentirte.

—No sé cómo decirte que mis padres pasarán fuera las navidades y no regresarán hasta después del año nuevo. ¿Te das cuenta? Podemos tener el piso para nosotros.

Cada poco tiempo miraba el reloj. Pensaba que Olga ya habría salido de la clínica con la liquidación, y tenía que darme prisa para que no volviera a repetirse la escena de Las Dunas. Roser me miró con gesto de extrañeza y la intenté tranquilizar.

—Perdona, pensaba en alguien que lo está pasando mal. Pero olvídalo.

—Es aquella chica de la que me hablaste, ¿verdad?

—Sí, de ella se trata, pero no quiero que hablemos de eso.

Me quedé mirándola. No estaba seguro de tener el valor de abandonarla, y sentía un miedo espantoso de no volverla a ver. Era una sensación que me desesperaba, que me dejaba vacío. Debió de darse cuenta que estaba distraído, porque me miró fijamente a los ojos con intención de poner las cartas boca arriba.

—No puedo evitarlo. ¡Sufrí tanto la otra vez…! No puedes imaginarte hasta qué punto me afectan estas cosas. Antes, cuando venías a verme, me hablabas de proyectos, de ilusiones, de tus ansias de triunfo. ¿Qué te pasa? ¿Ya no me quieres? ¿Me has querido alguna vez?

—No sabes cuánto. Pero te respeto hasta un punto que no puedo denigrarte en una fonducha maloliente, ni pedirte que seas tú quien resuelva el problema. Compréndelo.

—Alberto, prefiero la verdad por difícil que sea, a que me engañes. Una mentira no la resistiría. Necesito saber si me quieres; me he acostumbrado a tu olor, al ritmo de tu respiración…; cuando me acaricias, se encienden luces de mi interior, y me parece que voy a morirme de felicidad. Piénsalo, Alberto: si me dejas, no lo resistiré.

—No digas eso. Te juro que no te fallaré nunca; pero hay momentos en los que estoy triste, sin saber por qué. Será cosa del tiempo. Necesito el sol para llenarme de energía.

Tuve que esforzarme para no pedirle perdón por mis mentiras. Decidí mostrarme más cariñoso; la miraba y temía que algún camarero notara que estaba a punto de llorar. Sabía que no volveríamos a vernos, pero me costaba aceptar el significado de la palabra jamás: detrás de esa palabra, siempre se oculta un rayo de esperanza.

roan82@gmail.com

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