Por Manuel Almagro Chinchilla.
Día 27 de julio, Cabezuela del Valle – Hervás, 34 km.
A las cuatro de la madrugada, nos despiertan rayos y truenos; retumban de forma impresionante, en todo el valle del Jerte. Estaba previsto salir de Cabezuela a las cinco de la mañana, pero desistimos y esperamos al amanecer para apreciar la realidad de la situación. No llevábamos chubasqueros ni impermeable alguno; quién lo iba a pensar en plena canícula. Demoramos la salida hasta esperar que abriera el comercio para comprar lienzo de plástico. Improvisamos una especie de sayón para cada uno; más bien parecían unos harapos que lo único que tenían bien definido era un agujero para meter la cabeza. Por fortuna, la tormenta era la típica de verano: pasajera. No hubo necesidad de usar tan peculiar invento, al menos en esta ocasión. Lo metimos en el macuto por lo que pudiera ocurrir.
Salimos a las once de la mañana; el calor se había mitigado bastante, con la poca lluvia que cayó de madrugada; no obstante, fue la más dura etapa de la peregrinación. Se trataba de ir del valle del Jerte al valle del Ambroz, atravesando la sierra de Candelario por el puerto de Honduras; un maravilloso paisaje de 34 kilómetros. Existe un camino rural de 14 kilómetros que sale de Piornal, pero lo rechazamos en la preparación del proyecto por intransitable y falta de señalización; suponía todo un exceso de riesgo que no se podía asumir en esta ocasión. Sí puede ser un buen trabajo para incorporarlo al itinerario en un futuro.
A las tres de la tarde, coronamos el puerto. Comimos en un refugio muy frecuentado por caballos salvajes y demás fauna de la sierra que, obviamente, salieron espantados con nuestra presencia.
Iniciamos la bajada metiéndonos en la vertiente del valle del Ambroz. A lo lejos, en el fondo del valle, se van divisando ya varios pueblos enclavados en la calzada romana de la Vía de la Plata: Gargantilla, Aldeanueva del Camino y Baños de Montemayor. Nos sale al encuentro un campesino que, a la vista de nuestras indumentarias con mochilas y cayados, nos confunde con unos ganaderos que estaba esperando con reses bravas para las fiestas del pueblo. Preguntaba sin cesar: «¿Por dónde vienen los toros…? ¿Por dónde vienen los toros…?». Después de mucho insistir y porfiar, entiende su error y desaparece.
El primer pueblo que nos encontramos al bajar es Gargantilla; seguidamente está Hervás, que quedaba oculto desde la altura. Éste era el final de la etapa; estábamos literalmente “extenuados”, en el amplio sentido de la palabra. Fueron muchos los factores que influyeron en el agotamiento: la salida a las 11 de la mañana con pleno calor, exceso de kilómetros de subida, la distancia total recorrida… Nos sentamos en la cuneta, a la entrada del pueblo; y, una vez medianamente adecentados, nos dirigimos al centro urbano de Hervás, capital del rico valle del Ambroz. Eran las 9 de la tarde‑noche.
Llegamos para dormir en un camping, de los dos con que cuenta la localidad. Nos dieron una cabaña de madera, provista de cocina y camas. Todo un lujo que supimos aprovechar como sibaritas, después de haber cenado un exquisito “paniaceite” con ajo.
No fue fácil levantarse al día siguiente, 28 de julio. A las once de la mañana, había quienes pretendían ponerse en marcha, con pleno sol en todo el camino. No fue muy difícil convencerlos del disparate y decidimos tener un día de asueto; además, aprovecharíamos para lavar la ropa, que hasta ahora se había lavado en precario y olía a zorruno. También recorrimos Hervás y visitamos su extraordinario barrio judío.