Por Fernando Sánchez Resa.
Al estar el frente tan cerca, nuestros jefes creyeron prudente no encender hogueras. Como aquel día amainó el viento y salió el sol, no sentimos la falta de lumbre. Aproveché para cambiarme de ropa dentro de un tronco de encinas, lavarla en un riachuelo cercano y secarla al sol. De nuevo nos pusimos a hacer una chabola, pero había escaso material (aunque alguno pudimos conseguir), puesto que por este encinar ya habían pasado (durante dos años y medio) muchas tropas…
Estuvo luciendo el sol todo el día, hasta que al anochecer empezó de nuevo a llover; menuda noche se avecinaba, pues no cesaba la lluvia… Los tres nos acostamos en la chabola, donde apenas cabemos, y disponemos de cinco mantas hasta que se empapan con las gruesas gotas de lluvia que traspasa el pequeño ramaje. ¡Que sea lo que Dios quiera!
Y empiezan a sonar los toques de llamada a los batallones, cuando llevaríamos una hora acostados. No se hacen esperar. Todos nos preguntamos si es que habrá prisa por llegar al frente. Recogemos todo y acudimos al puesto de los jefes para formar las secciones. Las cornetas vuelven a sonar, para que avancemos cinco kilómetros hacia Hinojosa del Duque, en esta noche lluviosa y negra como boca de lobo… Lo hacemos contentos ante la perspectiva de dormir bajo techado. Después de largas y molestas paradas, llegamos a la ciudad, que está imponente de barro y charcos. Fue fácil encontrar posada, aunque estuviésemos en ella cuarenta mil soldados, ya que casi toda la población civil estaba evacuada por el enorme cañoneo de la artillería nacional y la proximidad del frente de guerra…
Llevábamos cinco noches sin dormir, cuando entramos en una casa completamente vacía, en cuyos sucios desvanes echamos un poco de paja para encontrar el atrasado sueño reparador y reponer nuestras debilitadas fuerzas. Aunque la cama era un poco dura, nos supo a rosas, en esta noche triste y lluviosa. Así siguió el día 14. En el desayuno hay reparto de correspondencia. Yo recibo una carta de Jaén. Y aprovecho el día de descanso para escribir a amigos y conocidos de la retaguardia de Úbeda, Jaén y Martos. Quiero aprovechar, en adelante, los momentos oportunos para tenerlos informados (cada quince días) de mis correrías y paradero.
A la noche, nos acostamos temprano, para volver a descansar otra noche más; pero…, a las tres de la mañana, nos levantan y llevan al mismo encinar adonde habíamos estado dos días antes, porque los jefes prevén que el día será despejado y propicio para poder ser bombardeados por la aviación nacional. Allí estuvimos todo el día. A la noche, volvimos para recuperar las energías, que pronto nos harían falta, durmiendo bajo techado…
Úbeda, 4 de julio de 2015.