Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- ¡Una epidemia!
¡Qué ingenuos éramos! Pensábamos que aquel tiempo duraría siempre. ¿Será verdad que nos robaron la juventud? Lo digo, porque hasta para hacer el amor necesitábamos un certificado. En cualquier pensión de mala muerte, te pedían el libro de familia y el carné de identidad si pretendías pasar la tarde acompañado de una chica. Y claro, para no soportar aquel mal trago y evitarle el sofoco a la pobre, nos arreglábamos en el coche como podíamos, que era bastante mal, si, como era mi caso, tenías un coche de las dimensiones de un Seiscientos.