Por Fernando Sánchez Resa.
Llegando las primeras luces del día, paramos y entramos en un espeso encinar cercano. Al fin, podremos descansar; mas el frío y el viento, juntamente con la humedad, nos impiden hacerlo, aunque echamos las mantas en el suelo y nos envolvemos en ellas. Nos levantamos y cortamos leña con picos, pues hachas no disponemos, para encender unas hogueras que calienten el exterior. El interior no llega, pues el desayuno no aparece por ningún lado, cuando la escasa cena de Chillón anda ya muy lejana…