Por Dionisio Rodríguez Mejías.
1.- La fiesta.
En verano, recuperé las clases particulares para tener ocupadas las mañanas, y dedicaba las tardes a preparar el examen para el permiso de conducir. Me matriculé en la Autoescuela Paralelo, me compré el Código de la Circulación y, durante tres cuartos de hora, recorría el Circuito de Monjuich con un instructor de Huesca que se ponía como un puma, cuando me equivocaba en meter una marcha o el coche se me calaba. Al terminar, tomaba el 57 en la plaza de España y acababa en el café de Saturnino, en donde me esperaba mi amigo “El Colilla”.