Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Han sido muchos los artículos que Ramón Quesada escribió dedicados a la patrona de Úbeda con motivo de la “traída” a la ciudad desde su santuario, en el Gavellar, cada día 1 de mayo. En esta ocasión, se hace eco de la curiosidad que sentía cierto comentarista de la revista “Úbeda” para que fuera expuesta la imagen tal cual, recién salida de las manos del escultor.
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Es hermoso verla llegar y quedarse. Sí, ya está aquí María de Guadalupe, cual bella flor entre todas las flores de mayo que cubren su altar. Y está maravillosa mirándonos con sus ojos de azabache, más alta que la cera parpadeante, que acaba en diamantes escarlatas de pavesas que se hacen humo.
A María de Guadalupe la han traído los ubetenses sobre sus hombros, capiteles donde rematan las columnas que se han dejado por los caminos un surco de amor y de dicha. Y llega ella desde la distancia, de una ermita que llaman del Gavellar, que se asoma al arroyo del que se beben sus aguas los trigales y olivos y pinos; y las avecillas, que juegan también rompiendo la brisa en mil pedazos al escondite, entre la maraña de tomillos y romeros que eclosionan en aromas silvestres. Un panorama apetecible, agradable a los sentidos y también al espíritu para todos los que desean disfrutar de tan feliz encuentro con María de Guadalupe, la señora de Gavellar.
Ahora, el momento diario se llama Guadalupe. Ahora, el primer paso de todos los días será para María de Guadalupe; y el primer beso y la primera oración; y las incipientes lágrimas encendidas que la aplauden silentes, sin ecos que se repitan en bóvedas ni celosías. Para Ludwing, aplaudir con la mirada es dejar el alma suelta, espontánea a la realidad de un cuerpo que siente en voz baja.
En cierta ocasión y en la revista “Úbeda”, se preguntaba un articulista, que se firmaba L. V., si sería tenida por irreverencia la petición de que se les mostrara la imagen de Nuestra Madre de Guadalupe, siquiera una vez sin ropas ni postizos. Y añadía, este hombre de poca fe, que muchos prejuicios acumulados durante siglos se oponían a ello sin una auténtica razón religiosa o estética. Y lo bueno del caso es que este escritor, para mí anónimo, tenía razón. La intimidad escultórica de la señora se escondía a cal y canto, pasando por alto el deseo de los ubetenses que, como yo, siempre hemos deseado verla “al desnudo” y poder admirar así su talla y policromía. Pero mire usted por dónde llega el año 1994 y, si no estoy equivocado de fecha, sus encantos originales los vemos hechos públicos en un libro de Ginés Torres Navarrete, que cuenta la historia mariana de Nuestra Señora de Guadalupe en un alarde literario y de investigación. Así que, de vivir ahora nuestro curioso escritor, se hubiese visto atendido en su deseo no sólo en la litografía del libro, sino por haber sido expuesta después conforme fue tallada en la iglesia de San Pedro para curiosidad de todos. Y hasta se editaron grabados de la Virgen tal y conforme es, “sin ropas ni postizos”.
Otro ilustre ubetense, Marcos Hidalgo Sierra, sacerdote y poeta, cantó así a María del Gavellar:
¡Guadalupe! Virgencita
la más preciosa y bonita
que pudo la fe soñar.
Pues, Dios hizo su figura
y, por su excelsa hermosura,
la regaló a Gavellar.
No. No es fácil no cantar ni rezar, ni mirar ni sentir, ni amar ni escribir cuando la Virgen de Guadalupe se nos entrega. Además, tiene que ser desesperante la lentitud de los que no creen, por creer un día, pues dan por cierto que la Señora les será precisa. Y esto será en el momento de “transición”, en el que los antibióticos ni otra terapia ya no sirvan y sólo les quede el recurso de mirar el cielo.
(09‑05‑1999)