Verdad verdadera

Por Mariano Valcárcel González.

Una escena de obreros de cierto ayuntamiento en su tajo y un hombre que pasa por su lado:

—¿Saben ustedes si necesitan soldadores?

—Hombre, lo del trabajo ahora está muy mal…

—Yo hago todo tipo de soldaduras y con cualquier material.

—Ya, sí, pero lo que le he dicho… Fíjese, mi hija terminó hace tres años la carrera y ahí la tengo, en Londres…

—Me largo.

Me abrumo, me siento hasta culpable sin serlo. Porque he tenido trabajo, porque según algunos soy un privilegiado. Y con ese discurso han logrado hasta que me lo crea; yo, que sigo teniendo lo mismo que hace treinta años.

Hasta eso hemos llegado en la perversión del sistema; hasta que nos culpabilicemos (y convencidos, oiga) de que en realidad los que dieron origen a todo el desastre fuimos nosotros, los que «Vivíamos por encima de nuestras posibilidades»… Nos han pasado la pelota. Un compañero, recién jubilado yo, me dijo que nosotros, los jubilados, teníamos la culpa de lo que sucedía («Por cobrar las pensiones», me dije yo).

Sí que hacemos las cosas bien, sí que respondemos automáticamente a los estímulos reiterados con los que nos bombardearon para suscitar una respuesta automática, un reflejo condicionado imposible de detener y mediante el cual y muy convencidos afirmamos que somos culpables. Hasta que la verdad incuestionable se va abriendo paso, poco a poco; y, por mucho que se la quiera ocultar, va mostrándose día a día con toda su horrible realidad.

Y la realidad es que los culpables no son esos cuarenta y tantos millones de españoles (citados por el presidente del Gobierno), sino esos cuatrocientos mil que pertenecen a las estructuras económico‑políticas del poder; y, más concretamente, a esos cuarenta mil del segundo escalón de responsabilidades; y, mucho más, a esos cuatro mil de primer nivel. Sí, no sabía el señor presidente la dimensión de la verdad que estaba admitiendo (en un a modo de disculpa simple, vaya usted a equivocarse); porque, con esa verdad, desmontaba toda la falacia sobre la que se había intentado justificar el desastre; no éramos todos los causantes, sino “unos cuantos”… ¡Qué verdad verdadera!

En el piso de mi hija, se descolgó la puerta de la terraza. De material malo, en cuanto quisimos nivelarla saltaron los pernos. La culpa no era de la puerta entera, sino de unas piececillas de muy mala calidad; pero toda la puerta se soltó. Y, ahora, un obrero especializado la tendrá que colocar y ponerla en servicio. Con el coste correspondiente, claro. Esta es la metáfora, o parábola, de lo que ocurre y comento.

Cada día nos agobian más las noticias que nos asaltan; son como esas cucharadas de aceite de ricino o hígado de bacalao que nos hicieron tomar de niños, en los años de gloriosa hambruna. Tal efecto me hacen, que ya apenas sintonizo la radio cuando me afeito; tal era mi costumbre. Vomitivo. ¿Nos extrañamos, nos asustamos, nos escandalizamos porque haya, ¡por fin!, quienes dan el paso al frente de la indignación? ¿Por qué? ¿Nos atrevemos a tildarlo de demagógicos, cuando lo que hacen es decir alto y claro lo que pensamos la mayoría, y que tanto y tanto estamos callando? ¿Por qué, si desmontan una a una las falacias, mentiras y manipulaciones que han sido argumento principal y obra capital doctrinaria de los poderosos…? ¿Populistas les decimos? Puede…, pero no olvidemos que para alimentar el populismo hace falta sustrato, y este existe.

Vuelvo a la conversación del principio, real como la vida misma. Obreros trabajando empleados por un ayuntamiento; obreros paseando sin nada que hacer, pero que sí hicieron, trabajaron alguna vez, y no aguantan estar mano sobre mano (y sin ingresos); obreros que tal vez nunca lo fueron, porque nunca llegaron a empezar. Millones. Y no les hablen de “emprendedores”, de “mini jobs”, de… Estoy harto de ver cómo abren nuevos negocios y cómo, al poco, cierran, porque no tienen vida (personas que se empeñaron hasta las cejas). Estoy harto de las falacias de nuevo cuño, inventadas para sustituir a las anteriores. Pediría por favor que algunos no traten tan a la ligera estos temas, tan dolorosos y sangrantes. Pediría que no se diga o escriba «que hay trabajo para el que quiera trabajar», cuando eso, en su generalidad, no es verdad y cuando no se tienen en cuenta todas las circunstancias que rodean cada caso. Pediría que los que han logrado encontrarlo (o como nuevos empresarios, o como asalariados) analicen bien esta situación devenida a su favor, porque no todos pueden acceder a sus condiciones.

Por eso, me da rabia ese «¡Que se jodan!» o esas terribles carcajadas y cuchufletas cuando en tribunas parlamentarias se les dice que hay casos y situaciones a los que se debiera prestar más atención y ponerse a resolverlas. Porque es muy bonito ese «¡Qué sé…!», cuando se tienen las espaldas bien cubiertas, las suyas, las de sus ancestros y las de sus descendientes. Y, si es porque nos hemos procurado los medios para acelerar nuestro enriquecimiento, mejor.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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