Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Maranatha es una obra de teatro escrita por el ubetense Ramón Molina Navarrete, maestro de escuela y antiguo alumno safista. La obra se refiere a la Pasión de Cristo y ha sido interpretada ininterrumpidamente desde 1981; la mayor parte del tiempo, más de treinta años, en el teatro de la Safa de Úbeda, siendo Molina Navarrete la primera figura de la trama. Desde hace pocos años, el nombre se ha hecho extensivo al grupo teatral, que interpreta, además, otras obras más recientes del mismo autor, siendo las últimas “El poder de la oración” y “Malos tratos”, que han supuesto un rotundo éxito. En esta crónica, nuestro articulista Ramón Quesada habla desde la perspectiva de testigo presencial de la citada obra primigenia, aunque se extiende en otras consideraciones de la Semana Santa ubetense.
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Cada año, la semana dedicada en Úbeda a la representación de la Pasión de Jesús tiene nuevas sorpresas que la realzan. Esta de 1989, que comenzó con tiempo desapacible y frío, terminó con los inicios de una primavera soleada y más bien calurosa. El traje de chaqueta se turnó con el vestido de manga corta; y la minifalda, con tanta prensa ahora y no precisamente por su escasez de tela, suplió al pantalón ceñido o acampanado.
Pero, en resumidas cuentas, todo transcurrió con la normalidad habitual de estas fechas.
Por lo mucho que me ha llamado la atención, diré en primer lugar que fue una sorpresa para mí la recién restaurada coronación de la torre de Poniente del Hospital de Santiago, que, aunque se haya intentado de buena fe, se parece muy poco a la original, pues ni en su forma ni en el color de sus tejas guarda similitud con aquella.
La torre, emperifollada con el traje verbenero de un tejado de colorines, me recuerda a Machado: «Úbeda, reina y gitana». O a Cazabán: «Las torres de Santiago/ ya no son torres,/ que son cuatro macetas/ llenas de flores». Pero dejemos esto a los juiciosos de la arquitectura.
Otras sorpresas, y esta vez en sentido opuesto a la crítica de la cúpula de la torre que se hará desdichadamente histórica, las tenemos en la imaginería religiosa de Úbeda. Empezando, pues, por Nuestra Señora del Amor, tendré que decir que se trata de una bellísima talla de José María Palma Burgos, que este año ha hecho su recorrido procesional por primera vez. Sorpresa me ha sido dada también con la Virgen de las Angustias, pues recién restaurada su policromía, muestra un rostro majestuoso y un acierto en el color. Nuestra Señora de la Amargura, tan elegante como siempre, no ha podido negar un año más que es vestida por el cantante de Úbeda, Paco Santacruz. El palio de la Virgen de la Paz y el hermoso trono de plata de Nuestra Señora de los Dolores, de la cofradía de Jesús, han conseguido igualmente sorprenderme.
Sin querer caer en el tópico de hablar de esos miles de forasteros que en estas fechas nos visitan, que no obstante es verdad, y de que en los hoteles faltan plazas para acomodarlos, habré de felicitar a la junta de gobierno que tan pulcramente ha editado el magnífico libro LXXV Aniversario de la Real Cofradía del Santísimo Cristo de la Humildad, que recoge artículos de prestigiosas firmas literarias.
Sorpresa, y de las grandes en verdad, ha sido que, en víspera del día mundial del teatro, se cumpliera la cuadragésima representación de Maranatha dentro de sus ocho años de existencia. Obra que nos adentra en los designios de la Pasión de Jesús, escrita e interpretada en su primera figura ‑Jesús‑ por Ramón Molina Navarrete, y por un cuadro de actores aficionados, ya de primerísima línea sin antecedentes artísticos, de todos los oficios y de diferentes condiciones sociales, nacidos en Úbeda. Yo he visto Maranatha. Y he visto, en Maranatha, el trabajo de los hombres y de las mujeres de mi tierra realizando algo reservado sólo a las empresas teatrales consagradas, profesionales, acomodadas y con recursos.
Y he visto, en Maranatha, el amor, la ilusión, la fe, la entrega, el compañerismo y la fuerza de voluntad de hombres que se ganan la vida como pintores, albañiles, agricultores, comerciantes, profesores, intelectuales… representando a Cristo y a sus apóstoles hasta hacer llorar; a san Pedro, a san Juan y a Santiago, llenos de cariño y de bondad hacia el maestro.
Y a un centurión irónico, mordaz, blasfemo y despiadado, fustigando las espaldas divinas con naturalidad, de verdad sorprendente. Y a un Judas avergonzado y arrepentido trenzar la cuerda hacia el árbol de su último impulso. Y a Pilatos, y a Caifás, y a… jactarse de Dios con su poder y con su ignorancia. Y he visto, en Maranatha, a las jóvenes de Úbeda, adentradas en el papel que les correspondía, con extrema ternura, hacer de las santas mujeres en una interpretación perfecta, extraordinaria, maravillosa y sin precedentes, en el teatro religioso de aficionados de Úbeda.
El grito inesperado del espectador, que dice «¡Yo haré de Jesús!», es espeluznante y apocalíptico. En las cuatro palabras, que suenan como truenos de silencio, está la más emotiva de las introducciones. A partir de aquí, el espectador se siente transportado al escenario real de los hechos y, salvando con la fantasía del pensamiento la distancia de los tiempos, a la época tan distante de la crucifixión.
Los efectos de iluminación y de sonido, el juego de las luces y el grito de la tierra y del cielo, cuando muere Jesús, son perfectos, rayando casi en lo sobrenatural. Mirando los decorados y todos sus detalles, en ellos se ven las manos maestras de quienes los realizaron, y que nos hacen pensar en la Tierra Santa como un paisaje ya conocido, pues es tal su fidelidad y su belleza, que sugestionan.
En cuanto a la música, de la banda sonora de la película Ben Hur, esta, por la eficacia de la megafonía interior, es sencillamente extraordinaria y magníficamente adaptada a los sucesos que en el escenario acaecen. No se sienten: se pasan en nada sus casi cuatro horas de duración; y, cuando el final sucede, en nuestro paladar y en los adentros de nuestro ser hay un no sé qué, que nos ata a la butaca esperando la continuidad.
No exagero. Aproximadamente unos quince mil testigos desde la primera puesta en escena de Maranatha estarán conmigo en todo cuanto acabo de decir. Y eso que, por exigencias de espacio, me quedo corto. Úbeda ya no es sólo “Ciudad de Semana Santa”. Es, también, “Ciudad de Actores”.
(07‑04‑1989)