Cuéntame un cuento

Este era un país en el que todo funcionaba porque no había más remedio y porque sus habitantes se dedicaban a ello. Y porque las relaciones entre estos eran tan particulares que se tornaban con frecuencia en vínculos de fuerte amalgama y soldadura, unidos por el interés y la dependencia.

Era que se era un país en el que cualquier empleo o cargo, cualquier puesto de trabajo, se conseguía apelando a un recurso al que se le decía popularmente “por enchufe”.

Era un país de enchufados.

De toda la vida existía tal costumbre. La vía del “enchufe” era, por así decirlo, la mejor, si no la única. De mecanismo relativamente sencillo, que conociendo a un sujeto que conociese a otro que fuese…, de otro importante, ya se estaba en el camino de conseguir lo pretendido (y esta era la ruta más complicada, que la había más directa). Pasados los tiempos en que el Personero medieval se jugaba el prestigio y algo más presentando ante el rey peticiones y reclamaciones de su municipio, los más osados optaron por elevar pliegos de cuitas y peticiones aguardando pacientemente en la antesala del poderoso, mas descubrieron que era mejor dejárselos, previo pago, al gentilhombre o funcionario de turno que tuviese más acceso al señor.

Así se fueron engrasando las ruedas de esta maquinaria. Así se fue configurando como institución para el mejor logro y acceso de y a las múltiples y muy diferentes ambiciones o necesidades. En ese país, el chanchullo se hizo endémico, el tener o no “influencias” fue determinante. Ahora, con la modernidad, se le dice tener “enchufe”.

Por enchufe, logra uno tener un puesto en la administración (sea con apariencia de oposición, sea con acción determinante del dedo mágico o como se dice también “nombramiento digital”), se logra saltarse unos turnos en diversas colas (sean hospitalarias, judiciales o administrativas). Por enchufe, se consigue una certificación a ciegas, un palco o entrada a espectáculo, una distinción o medalla, la plaza en una residencia geriátrica… Mil y una cosas.

No se crea… que, en este país de enchufados, la cosa es tan común que sería rara especie quien alguna vez no hubiese practicado este deporte nacional. Se diría de herencia genética. Y no se entiende que esto suponga desdoro alguno para quien lo solicite o lo conceda; que, vista la cosa, se entiende como lo más natural del mundo.

Tampoco nos confundamos, que no se trata de grandes o graves temas como malversación de fondos, prevaricación o actos delictivos a gran escala; en general, no es así (aunque los hay); son cosillas cotidianas, del ir y venir y hasta del sobrevivir. Es un empleo asegurado, una operación necesaria, lograr un bonito marco para la boda de la nena, hacer que el nieto pueda tener la camiseta del futbolista de éxito, tener el coche a punto en determinado día… Cosas, en verdad, nimias.

Lo más reciente en apariencia es el enchufe en puestos de la administración. Y lo es en apariencia, aunque ahora nos cause sorpresa o escándalo, porque ya se practicaba antaño. Galdós describe al “cesante” como persona que dependía, para obtener un puesto, del partido al que votaba y, una vez fuera del poder ese partido, la persona era cesada de inmediato, quedándose en la calle y a la espera de otro turno de poder… ¿Les suena, pues, lo que ahora sucede? Para erradicar eso, que tenía mucho que ver con el caciquismo, se planteó el acceso a la administración por oposición aséptica (según mérito y capacidad, supuestamente) y así estabilizar plantillas y funcionamiento; de inmediato, se desvirtuó y contaminó, o por manipular la oposición a favor de algunos o por reducirla a mero trámite legal para el acceso de los ya designados previamente (acabamos de tener noticia de una exconsejera que se preparó muy lucidamente el acceso a puesto, mediante la oposición que ella misma convocó; impresentable). Aún así, proliferan las designaciones “digitales” para asesorías varias, puestos de carácter singular o de confianza, gabinetes personales y demás recovecos. Lo del mérito y la capacidad es un recuerdo de los tiempos, como el juramento hipocrático. No es de extrañar que se ocupen estos oficios por hijos, sobrinos, primos y hermanos, o demás familia, e incluso por allegados y conocidos de estos parientes.

No, ¡a qué mentir!, no fue práctica exclusiva ni inventada en el franquismo, aunque es verdad que en dicho régimen se practicó bastante. Se decía que quien pidiese algo se pusiese en manos, primero, de un obispo o alto eclesiástico (que mandaban mucho); segundo, de un alto militar (también podían influir) y, en su defecto, de falangista o miembro destacado del Movimiento. Si se tocaban las teclas adecuadas, se podía lograr desde retejar una iglesia, una línea de autobús para el pueblo, un pantano (o no), hasta un buen destino en la mili o una pensión para la abuela. Lo que pasa es que sus herederos actuales han vuelto a las andadas.

Acostumbrados los habitantes a tales mañas y usos, ya no sabían comportarse de otra forma en ese país del cuento. Ni el intento de invocar las leyes como sacrosantas y garantes de cierta igualdad daba resultado, pues las leyes se toreaban con garbo y salero. Las leyes y normas, pues, estaban claramente para no ser cumplidas (o cumplidas sólo por los don nadie). Así que el cambio de mentalidad ya resultó imposible.

Y así continuó este cuento.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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