Querida abuelita Paquita:
Acabo de tomarme el último bombón al licor que me regalaste (y que tanto te gustaban), cuando ya preveías tu final, y se me han agolpado todos los recuerdos y vivencias (como a Marcel Proust al degustar la magdalena, en su libro En busca del tiempo perdido), pues hace más de treinta y seis años que te conocí…
Me permito tutearte por primera vez, aunque me lo ofreciste hace ya algunos años, pero era tanto el respeto que sentía hacia ti que denegué dicho ofrecimiento…
El pasado 22 de enero te llevamos al camposanto ubetense para que descansases con tu amado y admirado esposo José Latorre Salmerón, del que enviudaste hace más de veinte años. Mientras tanto, has permanecido en tu domicilio familiar, que tanto amabas; pues tu forma de ser, tu carácter fuerte y transparente que no sabía ni quería hacer peloteos innecesarios y no sentidos (¡cuántas veces me has dicho: «Como lo pienso, lo digo…»!), tu acendrado y particular sentido del humor, tu inteligencia primigenia. ¡Qué hubieras conseguido si hubieses estudiado una carrera: podrías haber sido primera ministra…!; aunque en realidad lo eras en tu amado hogar, donde llevabas todos los hilos del poder y del trabajo en ambas manos y en esa privilegiada cabeza que hasta el último día de tu vida has tenido, sin perder el control de la realidad más cercana e incluso lejana, con esa fiel memoria de la que he anotado tantas anécdotas (desde tu más tierna infancia me has contando ‑y cantado‑ canciones infantiles y populares de tu época, anécdotas escolares y familiares…).
Eras el baluarte familiar de los García y de los Tejada…; además de un archivo viviente de todo lo acontecido a ambas familias y de la que tú fundaste, pasada la incivil guerra española, para traer al mundo a tus tres amados hijos (José M.ª, Juani y Margarita) para que siguiesen tu estela familiar; y que hoy se ha ramificado en seis nietos y cuatro biznietos que siempre te tendrán en su memoria como “la abuelita Paquita”. Qué raro me sonó cuando, los diez últimos meses de tu vida, decidiste irte a terminar tu estancia vital en una residencia de ancianos y las muchachas y residentes de allí te tuteaban llamándote “Paqui”, ¡qué rejuvenecimiento!; cómo te echan de menos tus amigas íntimas, Presentación y Luci; e incluso Manuel, como lo demostraron cuando llegamos al día siguiente de tu fallecimiento y se nos abrazaron llorando tu ausencia, diciendo que te echarían mucho de menos y que desde que te fuiste al hospital, la última vez, ya no han puesto el agua fría para la comida como a ti te gustaba…
Tenías un carácter tan fuerte que, si habías de decirle algo a alguien, no te arredrabas, sino que se lo espetabas sin ambages. Nunca te vi llorar en público a pesar de los acontecimientos difíciles por los que has tenido que transitar, aunque últimamente sí me confesabas que alguna lágrima habías echado en privado por la soledad e impotencia que trae la vejez; así me aconsejabas que no llegase nunca a viejo, puesto que es una etapa muy cruel para el ser humano; y mira que tuviste la suerte de vivirla plena y lúcidamente hasta los noventa y seis años en que te sobrevino una insuficiencia cardíaca y ya buscaste refugio en la residencia, porque no querías ni consentías tener a ningún extraño en casa, ni ser maleta viajera de los domicilios de tus hijos…
Tuviste el valor de cantar con tu nieta Margarita, pocas horas antes de tu deceso, una cancioncilla escatológica y picante que tan bien sabía recitar e inventar tu amado esposo.
En la comida familiar que tuvimos en el restaurante Amaranto, tras tu inhumación, tus tres hijos, con sus consortes y descendencia, rememoramos muchas anécdotas y recuerdos tuyos, entreverados de la conocida y melancólica poesía bequeriana “Cerraron sus ojos” y “El viaje definitivo” de Juan Ramón Jiménez; teniendo presente que no hace tanto celebramos tu nonagésimo quinto aniversario en el restaurante El Seco, en el que brindamos por su repetición, cuando cumplieses el siglo. ¡Qué pena que no lo hayas conseguido aquí, en la Tierra; pero te aseguro que los que vivamos en el centenario de tu nacimiento volveremos a repetir el ágape en cualquier hotel o restaurante ubetense para que desde el Cielo, tanto tú como tu esposo, seáis testigos imperecederos de la buena estela que habéis dejado entre nosotros: la unión familiar, que es lo que más vale en este mundo…!
Tus primorosas manos han elaborado miles de labores de tu hogar y de los de familiares y amigos (colchas de ganchillo para tus nietas, jerséis, faldas, rebecas…; tenías una mano de sastre divina…; incluso vendas para los leprosos de Mozambique (me conmuevo recordando cuando, hace poco, me diste las tres últimas, juntamente con las agujas de hacerlas, pues decías que ya no podrías realizar más…). Eras una mujer de tu época y de tu casa, criada a la vieja usanza, en la que al novio se le hablaba por la reja, con una portentosa memoria para saber en dónde se encontraban todos los enseres de tu hogar (así, en esta última temporada de tu vida, nos enviabas ‑a tu hija Margarita y a mí‑ para que te trajésemos tal o cual cosa y yo, como un humilde alumno universitario, tomaba nota exacta de dónde se encontraba, pues con tus indicaciones bien las íbamos a encontrar).
Tu feliz noviazgo, el agradecimiento de los frailes carmelitas por los servicios prestados tras el asalto del 36, el conocimiento exacto de muchas familias ubetenses cuando se te daba alguna referencia, las primorosas labores que tus dos hijas han heredado y demostrado, ese poder de adaptación a los nuevos tiempos e inventos (lavadora, televisión, teléfono…) nos han demostrado (a todos) tu verdadera filosofía de la vida, adaptándote hasta última hora para no molestar a tus familiares más próximos… Cuántas veces nos habrás dicho estos días en los hospitales de Linares y Úbeda: «Vaya follón que os estoy buscando…»; o preocupada siempre por nuestra salud: «A ver si os ponéis malos…»; «No me deis besos no sea que se os pegue alguna enfermedad…». Has demostrado tu valentía ilimitada en cuantas situaciones vitales te has visto envuelta, incluida esta última etapa de tu vida…
Es tal el vacío que nos dejas, que será muy difícil de llenar: sólo la oración, tu recuerdo y la paz que has infundido a tus familiares, vecinos y amigos podrán paliar esta gran pérdida…
Estoy seguro de que ya descansas en paz con tu esposo y tus familiares más queridos, que te precedieron en este valle de lágrimas que todos habremos de dejar algún día (pues tú bien creías en ello: cuántos rosarios y oraciones no habrás rezado por el eterno descanso de todos los difuntos, en especial de tu marido…).
¡Adiós, Paquita, adiós…!
Úbeda, 25 de enero de 2014.