La actitud de Cervantes ante la expulsión de los moriscos, 02

2. Entorno social.

«Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y, puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara [lo cual indica la multiplicidad de lenguas y de culturas que se entrecruzaban entonces en Al Ándalus]. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír» (9, I).

Esta cita inicial justifica el título de esta prudente exposición: “La actitud de Cervantes ante la expulsión de los moriscos”. Y, para intentar situarnos en el entorno social y literario del Quijote y de su autor ‑Miguel de Cervantes‑, conviene aclarar algunos términos, según se entendían en la época.

Acabamos de leer en la cita la palabra aljamiado. Se trata de una ‘Persona capaz de leer una aljamía o texto morisco en romance, pero transcrito con caracteres árabes’.

Tanto los mudéjares castellanos como los aragoneses vivían integrados en la sociedad cristiana; y sus barrios, morerías o aljamas no eran guetos, de forma que pronto hubo una asimilación lingüística: los mudéjares castellanos y aragoneses empezaron a utilizar el castellano y el aragonés, aunque todavía conservasen el árabe. En el siglo XIV, un autor mudéjar compuso, en castellano, un poema en cuaderna vía sobre la vida del profeta bíblico José en versión coránica y se redactaron las primeras «leyes de moros» en la misma lengua; labor que culminó, en el siglo XV, el muftí [jurisconsulto] de Segovia Isa de Gebir con una Suma de la Ley y Sunna [ley tradicional de los mahometanos, sacada de los dichos y sentencias de Mahoma]. Posiblemente estos primeros textos fueron escritos con letras latinas, pero los mudéjares utilizaron también las letras árabes para escribir los textos en español, por salvaguardar sus señas de identidad culturales. Es lo que se conoce como escritura aljamiada, textos escritos en español con letras árabes, cuyos valores fonéticos han sido cambiados para poder describir los fonemas hispánicos. Posiblemente este invento nació entre los mudéjares castellanos, pues en el fondo de manuscritos hallados en Ocaña (Toledo), escondidos en el momento de la conversión forzosa de los mudéjares castellanos en 1502, alternan los textos con letras latinas con los aljamiados, aunque el sistema aljamiado fue usado masivamente en el Aragón del siglo XVI.

La palabra moro o mora ‘se decía y se dice del musulmán que habitó en España desde el siglo VIII hasta el XV’.

Durante ese tiempo tan extenso, es fácil comprender y aceptar que se produjo un gran intercambio social entre ambas culturas y que, incluso, hubo moros que se hicieron cristianos y cristianos que asumieron la ideología mahometana. En todo caso, el discreto respeto entre ambas religiones y el comportamiento social consecuente, en su conjunto, fue mutuo, a pesar de algunas decisiones agresivas.

Sobre este respeto y consideración mutuos pondré otros tres ejemplos:

El primero, con la definición del arte mudéjar: ‘se dice del estilo arquitectónico que floreció en España desde el siglo XIII hasta el XVI, caracterizado por la conservación de elementos del arte cristiano y el empleo de la ornamentación árabe’.

El segundo, con varias acepciones de la palabra mozárabe:

1. Se dice del individuo de la población hispánica que, consentida por el derecho islámico como tributaria, vivió en la España musulmana hasta fines del siglo XI conservando su religión cristiana e incluso su organización eclesiástica y judicial.

2. Se dice del individuo de las mismas comunidades emigrado a los reinos cristianos del norte, llevando consigo elementos culturales musulmanes.

3. Se dice de la lengua romance, hoy extinta, heredera del latín vulgar visigótico, que, contaminada de árabe, hablaban cristianos y musulmanes en la España islámica.

Estas tres definiciones nos confirman en el hecho de la intensa convivencia compartida por ambas culturas e ideologías.

Y el tercer ejemplo de convivencia proviene de la palabra muladí, que ‘Se dice del cristiano español que, durante la dominación de los árabes en España, abrazaba el Islamismo y vivía entre los musulmanes’.

En este sentido, conviene definir la palabra morisco. ‘Se dice del moro bautizado que, terminada la Reconquista, se quedó en España’.

No es cuestión de entrar ahora si ese bautismo estuvo motivado por una conversión auténtica, o por intereses personales. El hecho es que hubo un intercambio religioso en ambos sentidos.

Hay una referencia del morisco Ricote que confirma este intercambio:

«[…] que ya habrás oído decir, Sancho, que las moriscas pocas o ninguna vez se mezclaron por amores con cristianos viejos, y mi hija, que, a lo que yo creo, atendía a ser más cristiana que enamorada, no se curaría de las solicitudes de ese señor mayorazgo» (54, II).

Ya en la segunda parte del Quijote, Ana Félix, la hija de Ricote, reafirma estos planteamientos, con esta confesión pública ante sus aprehensores hispanos:

«—De aquella nación más desdichada que prudente, sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo, de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura fui yo por dos tíos míos, llevada a Berbería [Marruecos, Argelia, Túnez y Libia], sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió, con los que tenían a cargo nuestro miserable destierro, decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido, y así, por fuerza más que por grado, me trujeron consigo. Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, ni más ni menos; mamé la fe católica en la leche; criéme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas jamás, a mi parecer, di señales de ser morisca» (63, II).

La moda de vestir a la morisca es anterior al siglo XV. Los nobles cristianos vestían la versión lujosa de la indumentaria mora como prenda de gala. Este uso de vestiduras moras en las fiestas fue un factor «real» que contribuyó decisivamente a la creación de la imagen del moro caballeresco sentimental y, sobre todo, a la de su estilizado ambiente. Bernardo del Carpio aparece a la morisca vestido en el romance «Con los mejores de Asturias»; el Cid y sus caballeros vestían prendas árabes («ricas aljubas vestidas / y encima sus albornoces») en el romance “Por Guadalquivir arriba” [Flor nueva de romances viejos (Madrid: Espasa-Calpe, 1943)]. Tenemos testimonios de que los nobles de Castilla vestían prendas moras por el Libro del passo honroso de Suero de Quiñones, la Crónica de Juan II, y los Hechos del Condestable Miguel Lucas de Iranzo, de Pedro de Escavias. Esta última describe las fiestas a la morisca que tenían lugar en Jaén, y las prendas moras que vestían los caballeros cristianos al participar en ellas. Con el rey Enrique IV de Castilla, gran admirador de todo lo árabe, la moda se afianzó. Según el cronista Alonso de Palencia, Enrique IV ordenó vestir su estatua con indumentaria mora; pero, además de la moda en el vestir, adoptó sus costumbres, sus comidas, su forma de sentarse y su forma de cabalgar a la jineta [arte de montar a caballo que, según la escuela de este nombre, consiste en llevar los estribos cortos y las piernas dobladas, pero en posición vertical desde la rodilla]. El inventario que se hizo del guardarropa de la Duquesa de Alburquerque, en 1479, evidenció la posesión de marlotas [prenda de vestir holgada y sin botones que cubría el cuerpo hasta la rodilla], albornoces, zaragüelles [calzones anchos y con pliegues], etc. Gómez Manrique, que murió hacia 1490, aparece tocado con un turbante en la estatua yacente de su sepulcro, conservado en el museo de Burgos.

Los juegos de cañas, que equivalían al hecho de romper cañas en los torneos, formaron parte largo tiempo de las fiestas públicas. Los caballeros que participaban en este juego montaban a la jineta y calzaban borceguíes [calzado que llegaba hasta más arriba del tobillo, abierto por delante y que se ajustaba por medio de correas o cordones] con acicate [punta aguda de que iban provistas las espuelas para montar a la jineta, con un tope para que no penetrase demasiado], y las cuadrillas iban uniformadas con albornoces.

No es de extrañar que, años después, el exotismo de estas costumbres y el lujo de la indumentaria mora se convirtieran en la fuente de inspiración para los poetas creadores del Romancero morisco, que dotaron a sus composiciones de un enorme colorido.

Aceptada esta intercomunicación respetuosa, la novela morisca representó esta circunstancia social y por ello significa un ‘Relato cultivado en la España del Siglo de Oro, que idealiza las relaciones entre moros y cristianos’.

Con la caída del rey de Granada, Boabdil, se produjo la primera expulsión de moros hispánicos hacia el norte de África: la Berbería anteriormente citada. Pero la mayoría de ellos se quedó en España:

  • por intereses económicos,
  • por no querer perder el ya ancestral intercambio de usos y costumbres,
  • o por el mutuo respeto que la doble opción religiosa, cristiana e islámica, había establecido en el ámbito social de la época.

Esta situación se mantuvo durante un siglo, hasta que el 4 de abril de 1609, Felipe III firmó el edicto que ordenaba expulsar de España a millares de moros, dedicados, en su mayor parte, al cultivo de las tierras.

Según dicho edicto, en tres días, los moros y sus mujeres, bajo pena de muerte, debían dirigirse a los puertos que cada comisario les señalase. No se les permitía sacar de sus casas más que los bienes que pudieran llevar sobre sus cuerpos. Y, pasados los tres días del edicto, cualquier cristiano que encontrase a un moro estaba autorizado para apoderarse de lo que llevara, prenderle e, incluso, darle muerte si se resistía. Según algunos entendidos, la razón fundamental de la expulsión se debió al poder social que el Islamismo había tomado en España, por el gran número de sus militantes. En total, salieron unos 272 140 moros, de los cuales:

  • 135 000 eran valencianos,
  • 60 818, aragoneses,
  • unos 4 000, catalanes,
  • 44 625 de Castilla y Extremadura,
  • 13 552 de Murcia,
  • casi 30 000 de Andalucía occidental
  • y 2 026 de Granada.

La cifra más real de los moros exiliados debe ser de unos 300 000, pues hay que añadir las salidas clandestinas y las lagunas de documentación.

Hubo quien se enfrentó a los moros y se aprovechó de la circunstancia para enriquecerse; pero también hubo quien los acompañó en su destierro, por amor y comprensión. Esto nos cuenta Ana Félix, angustiada por el peligro de muerte con que la amenazan sus aprehensores, en el puerto de Barcelona, cuando ocultamente regresaba de su exilio berberisco:

«[…] y, aunque mi recato y mi encerramiento fue mucho, no debió de ser tanto que no tuviese lugar de verme un mancebo caballero, llamado don Gaspar Gregorio, hijo mayorazgo de un caballero que junto a nuestro lugar otro suyo tiene. Cómo me vio, cómo nos hablamos, cómo se vio perdido por mí y cómo yo no muy ganada por él, sería largo de contar, y más en tiempo que estoy temiendo que, entre la lengua y la garganta, se ha de atravesar el riguroso cordel que me amenaza; y así, sólo diré cómo en nuestro destierro quiso acompañarme don Gregorio. Mezclóse con los moriscos que de otros lugares salieron, porque sabía muy bien la lengua, y en el viaje se hizo amigo de dos tíos míos que consigo me traían; porque mi padre, prudente y prevenido, así como oyó el primer bando de nuestro destierro, se salió del lugar y se fue a buscar alguno en los reinos estraños que nos acogiese» (63, II).

Su padre, Ricote, y Sancho escuchan esta exposición y ruegan al general cristiano que dé suelta a la hermosa joven, confirmándole que dice la verdad. Y el general responde a la cristiana confesa:

«—Una por una vuestras lágrimas no me dejarán cumplir mi juramento; vivid, hermosa Ana Félix, los años de vida que os tiene determinados el cielo» (63, II).

berzosa43@gmail.com

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