El 11 de mayo de 2013 nos juntamos más de cien antiguos alumnos de la Safa, la mayoría de Profesionales y la minoría de Magisterio; y, casi todos, con nuestras esposas. O sea, que estábamos en los diferentes actos más de doscientas personas.
La misa fue cantada, con cantos de nuestros tiempos escolares safistas y, algunos, nos emocionamos recordando aquellos tiempos pasados que tanto nos influyeron y animaron.
La recepción que nos hicieron los profesores actuales del centro, a través de los alumnos infantiles, nos encantó, porque los peques dibujaron y escribieron cosas llenas de cariño en las tarjetas de bienvenida. No todos pudimos recibir dicho afecto directo, porque no pudieron dibujar tantas tarjetas; pero vimos algunas de las regaladas y nos lo pasamos guay.
Tras la breve visita a la cripta, vino la presentación y el comentario de alguno de los asistentes (entre ellos, yo) en la patio de entrada, a los que los oyentes aplaudían intensa y cariñosamente, tras su participación. Fueron tantos los participantes, como abundantes su presentación y sus comentarios, que el acto se alargó más de tres horas, lo que hizo que, poco a poco, algunos asistentes se retiraran discretamente a la puerta de entrada, para hablar tranquila y emocionadamente con algunos compañeros, en ese liberado espacio del colegio.
Después, tras cantar el himno de la Safa con nueva letra ‑inventada por Antonio Lara‑, bajamos al comedor y nos pusimos morados: aperitivos, comida, postre, vino, cerveza, cava… No comíamos así en nuestros tiempos safistas, sino todo lo contrario: solo una ligera comida y agua. Pero el acto nos sirvió para estar a gusto y mucho tiempo con los colegas de toda la vida.
A eso de las cinco de la tarde, empezamos a despedirnos, poco a poco, llenos de recuerdos cariñosos y de afecto consecuente y persistente.
Esperamos (todos) que el próximo acto resulte menos repetitivo en sus intervenciones y más acomodado en la armonía colectiva de sus participantes.
Foto de Pepe Aranda.