Los pórticos de la gloria

Conforme van cayendo las hojas del calendario, la nostalgia y la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor, se van apoderando de mi memoria (como a cualquier componente de cualquier generación…), haciéndome evocar múltiples recuerdos, tamizados de melancolía y antiguos anhelos…

Poseo muchas y variadas imágenes mentales de mi estancia en el colegio salesiano ‑durante los ocho años de alumno externo que permanecí en él (dos de primaria y seis de bachillerato)‑ de mi ciudad natal. En sus pórticos nos reunían: para rezar (por la mañana y la tarde/noche), antes y después de las clases…; para cantar y preparar el mes de mayo ‑que entonces todavía era de obligado cumplimiento (hablo de la década de los sesenta del siglo pasado)‑; o para lo que fuese menester.

Los ejercicios espirituales tanto en Úbeda como, una vez, en Jaén, estando allí internos (y así conocer un poco nuestra capital provincial, los que teníamos pocos posibles y no podíamos viajar de turismo por nuestra cuenta) en los que: el silencio, la meditación, las prácticas piadosas de juegos no violentos ‑tres en raya, etc.‑, la confesión cuasi obligatoria, la proyección de películas religiosas y/o charlas sobre la vida de San Juan Bosco, Domingo Savio… eran incuestionables. Todo ello con el mismo objetivo: llegar al alma de todos los alumnos…

El recreo y los juegos, en aquellos días lluviosos y de mal tiempo (que entonces eran muchos) de primavera, otoño e invierno (con sus característicos carámbanos y los charcos de agua totalmente solidificados que pedían a gritos el lanzamiento de una piedra ‑o propinarle un taconazo/puntapié‑ para su rotura, sintiendo la satisfacción del aventurero infantil que todos llevamos dentro…) se hacían en los pórticos, cuyo ensordecedor ruido aún resuena en mi cabeza, al evocarlos…

Recuerdo tantas cosas…: los días soleados, mientras se filtraba la brillante luz ubetense a través de sus infinitos cristales, cuando entrábamos por portería, frente a lo que hoy es el colegio de la Milagrosa; la tarde que mensualmente nos daban libre a los del cuadro de honor ‑colocado con letras doradas a la entrada de portería‑, para estimular el esfuerzo académico y las buenas notas (y con qué envidia se quedaban los compañeros, cuando nos perdonaban las clases ‑y si era Química o cualquier asignatura que no fuese “maría”, mucho mejor‑ como refuerzo y/o regalo tangible); los días lluviosos, gélidos y fríos de mi infancia en la que me veo caminando ‑muy temprano‑, con mis botas katiuskas y mi capa impermeable azul marino, camino del colegio Santo Domingo Savio de Úbeda (Jaén), que se encontraba a las afueras de la ciudad ‑muchos de ellos con intensas nieblas y subidas nevadas, de las que ahora se prodigan tan poco…‑; encontrarme, en las cercanas eras, a los gitanos trashumantes con sus animales de carga y todos sus aperos caseros, que habían cogido como vivienda ocasional ‑en largas y periódicas temporadas‑ unos bidones grandes que había allí instalados, junto a la Fundición Palacín; la cantidad de restos de hierro que poblaba el suelo, y que los niños solíamos recorrer con renovada alegría y sorpresa, cual si estuviésemos atravesando un país encantado ‑ahora, lo rememoro un tanto desolado‑, pues servía de almacén (al raso) de la mencionada fundición; y que era la excusa perfecta para ir y venir al cole (mañana y tarde) saltando y sorteando sus obstáculos…

Los pórticos eran el lugar idóneo para dar las noticias y los eventos más importantes; o cuando hicimos la comunión… Es un lugar que siempre estará encadenado en la memoria de muchísimas generaciones que pasamos por allí, y que cada cual lo evocará a su modo y manera; especialmente para los internos, pues era su casa durante todo el curso con escasas salidas para ver a la familia (normalmente, una por trimestre); pues, entonces, no había el dinero, la alegría y la insensatez que tenemos ahora los padres, superprotegiendo a nuestros hijos para ‑quizá‑ hacerlos desgraciados el día de mañana y que no sepan valerse por sí mismos…

¡Cuántos repasos de asignaturas, de hablar en francés, etc., con mi amigo Luis Juan ‑también en el patio‑, de hacer gimnasia en ellos, de tener una visión de la vida más recortada de la que tenemos ahora, como pequeños infantes que éramos…! De las misas obligatorias que luego serían radicalmente distintas al cambiar a estudiar en la Safa de Úbeda, etc.

Cuando me vienen insistentemente a la memoria, en la lejanía, siento una musicalidad interior que me hace añorar, ¡cómo no!, aquel maravilloso tiempo, en que todo estaba arropado por mis padres, proporcionándome una seguridad infantil necesaria para mi normal crecimiento físico y psicológico, pues sabía que, teniendo buen comportamiento y estudiando, todo estaba resuelto… ¡Los grandes ‑y normales‑ problemas vitales, vendrían después…!

 

Años 60. Misa en el pórtico con don Claudio.

Ahora, a mi edad, los veo cual si fueran dobles Pórticos de la Gloria: los de la entrada al Cielo de los católicos…; y los de la gloria artística que tanto me impactó, en mi primera visita, cuando entré por primera vez ‑en el viaje de estudios de magisterio‑ a la Catedral de Santiago de Compostela…; pues hube de transitar por ellos disfrutando, sufriendo y aprendiendo, desde bien pequeño, el repetido caminar vital de todo ser humano…

Por desgracia, el tiempo y la mano humana que todo lo trastoca, aquel antiguo colegio salesiano ‑con el trabajo y dinero que costó construirlo…‑ se fue al garete, cambiándolo por otro moderno que hicieron a sus espaldas (producto de los tiempos que corrían…), conservando solamente la iglesia; pero ya no es el mismo en el que estuve tantos años…


Fiesta de la Unión de Antiguos Alumnos Salesianos en 1995.

¡Menos mal que siempre me quedarán: los múltiples recuerdos, las escasas fotos y las íntimas ‑y comunitarias‑ vivencias que solamente la muerte ‑o cualquier otra desgracia‑ podrán arrebatarme…!

Úbeda, 30 de abril de 2013.

fsresa@gmail.com

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