Lo sucedido en Boston es desolador…, al igual que desoladores fueron sucesos en ocasiones anteriores y al igual que lo son, aunque nos queden lejanos o en apariencia que no nos afectan, otros que cada día, cada semana, cada mes, sacuden poblaciones en países desolados ya y arruinados, presos de sus inestabilidades congénitas.
Un atentado y sus víctimas son siempre desoladores. Y muestra de un fracaso. Porque suelen ser consecuencias de algún fracaso, no importa en principio de quienes o el porqué, pero lo son.
Nos tendríamos que preguntar qué fracasó para que se llegase al resultado de Boston. Y no sirven meras simplezas de “lobos solitarios”. Fallan cosas que hay que repasar y repensar. No hacerlo es suicida, mentirse innecesariamente e irresponsablemente. Aunque no nos guste lo que podremos descubrir.
Ya me expliqué en lo tocante a los fanatismos. Ni los justifico ni los comprendo; bueno, que no los admito aunque pueda tener la capacidad de entender el mecanismo mental que los genera. Esos dos hermanos que vivían en USA, en apariencia integrados en su sociedad y modos de vivir, estaban, sin embargo, tan distanciados del medio por entre el que discurrían como nosotros cuando observamos las galaxias circundantes. Allí estaban en presencia, que no en ánimo, en vivencia.
Había un rechazo frontal a lo que les rodeaba. Eso es tan cierto como el atentado que cometieron. ¿Por qué…? ¿Qué cambiaban por la “vía americana”…? ¿Qué era lo que tenía mucho más valor para ellos? Con nuestros ojos occidentales (aunque no sean exactamente los de un norteamericano), no se entiende tal cuestión.
No he visitado todavía New York (ni creo que lo haga); no he viajado al inmenso subcontinente del norte de América. No siento especial interés. Mas, cierto es que USA se nos representa mucho en nuestro modo de vivir, influyéndonos, queramos o no, de tal forma que nos empapa con sus modos y modas, con sus productos, su cultura, su tecnología…, hasta en la comida. No nos podemos sustraer de su influjo.
América (entiéndase siempre por la del Norte) es la América con sus defectos (¡tremendos!) y grandezas. Y ahí voy. América es grande no sólo físicamente. Lo que ese país nos ha remitido, nos ha ofrecido y nos ha presentado tiene mucha inmensidad. Puede que ahora este pueblo americano se encuentre en una encrucijada, en cierta atonía existencial únicamente animada, ¡y de qué manera!, por las ráfagas de patrioterismo indiscriminado y supremacía que les permiten elaborar y creer en una mitología traída al pelo de la conquista del Oeste… y pare usted de contar. Pero…
Sí, Norteamérica nos ha brindado cosas, hoy día, imperecederas y dignas de ser recordadas, de ser tenidas muy en cuenta. No me refiero, en exclusiva, a su aportación a la ciencia y a la tecnología de estos tiempos modernos (indiscutible). Es que también su aporte a las artes ha sido notorio. En especial, su ingente producción musical y cinematográfica.
De las canciones que revolucionaron el mundo musical, empezando por el clásico (¿deberemos hacer mención al grandioso Gerswuin?), continuando por el espectáculo musical (seguiríamos con el anterior y más), deambulando por las singularidades genuinas del jazz, el soul, los espirituales negros, hasta ascender al pop con su tremenda ruptura del rock y variantes hasta la fecha… ¿Qué decir… sino que significan todo un progreso en la evolución de la cultura mundial? Curioso: muchas de ellas obras de judíos.
No podemos olvidar la fuerza del musical y su formato cinematográfico. Verdaderas piezas de archivo que visualizar, que no se hacen viejas y cuyas canciones se siguen oyendo, tarareando, versionando (¿tenemos que volver sobre Cantando bajo la lluvia?).
Y el cine. La meca. La fábrica de sueños. Años dorados de Hollywood. Montones y montones de filmes entre los que es fácil colectar joyas inigualables. Pasa como con las comedias musicales mencionadas, películas que no decaen y se pueden volver a pasar sin notar el aburrimiento. Obras maestras que dieron cuerpo a esa expresión artística (el séptimo arte, se le dijo). Curioso: otra vez en esto sobresalen los judíos, como actores, productores principalmente, o directores. Aunque se dejaran influir y hasta dominar por directores o actores de origen europeo (en especial, de origen anglosajón), también estos se amoldaron y transformaron bajo la influencia americana.
No pasa por horas de gloria el cine americano, demasiado adocenado en clichés seudopatriotas (sin el espíritu épico de los nacidos al rebufo de las contiendas del siglo XX) o por el dominio de la tecnología a ultranza como máximo protagonista del espectáculo, infantiloide. Pero son cosas que pasan, tal vez inevitables cuando la fuente de la idea original se seca y se prefieren los caminos trillados.
Por todo lo anterior y muchas más cosas (y olvido adrede las miserias que nos hacen padecer), a los americanos debemos y tenemos deber de consideración, admiración y emulación. Para que nuestras vidas sean mejores y con ellas olvidemos las afrentas, reales o supuestas, recibidas. Y aprendamos a tolerarlos y a tolerarnos. También habría que exigírselo a ellos, antes que nada, porque a veces su ceguera y chovinismo patriotero les pierde.
Esta sería la verdadera inmersión USA. La que corrige y evita las barbaridades habidas, pasadas, presentes o futuras.