En un cielo luminoso,
entre encinas y altozanos,
la primavera escondía
sus flores y sus ribazos.
Las nubes y los colores
de este bellísimo ocaso,
en la tierra de Albacete,
eran candorosas perlas
para el corazón cansado.
La llovizna, en los retazos
de la tierra roja y fría,
riega el campo solitario…
Bajo el azul diamantino
del cielo que está encantado,
yo recorro los caminos,
como un humilde viajero,
absorto al cielo abierto
de nubes albas, opalinas,
de raso y de terciopelo.
¡Caminos de tierra roja!,
¡senderos que van al cielo!