23. Paz y sosiego

…Y llegó el día de mi mudanza: jueves, 15 de octubre. Sobre las ocho y media, después de la cena, vino a buscarme un desconocido del que tenía buenas referencias. Salimos sin ser vistos ni despedirme de nadie, a excepción de la familia que me había acogido. Haciendo un recorrido tortuoso y en penumbra, llegamos a mi nuevo refugio, que se encontraba en un lugar céntrico. A pesar de haber mucha gente, pasamos desapercibidos…

Era un piso no muy grande, independiente y acomodado (en una tercera planta), donde vivían cuatro personas; con la ventaja de ser propiedad de un diputado izquierdista que me ofrecía seguridad y ausencia de sospecha.

Allí puse orden en mi vida, pudiendo hacer mis rezos y lecturas espirituales. También pasé ratos de ocio con otro tipo de lecturas y ocupaciones; incluso escribí algunos apuntes sobre la última novena del Carmen que había predicado en Úbeda; y que luego, estando yo en la cárcel, rompieron mis benefactores ante el posible registro domiciliario.

La vida me resultaba entretenida aunque triste, pues, al estar cerca de la inspección de policía, oía pasar a los detenidos que a la noche asesinarían…; además todavía se encontraban instaladas en la plaza las casetas de la pasada feria, cuyos ruidos y música me provocaban suma tristeza por aquellos atropellos, “paseos” y crímenes.

Conforme avanzaba el tiempo (siendo conocedor de los triunfos de los ejércitos nacionales y el avance sobre la capital de España), nuestras esperanzas y alegrías fueron cada vez mayores. Yo esperaba que se suspendiera el envío de los diarios desde Madrid; mas, al no producirse este hecho, así como el recrudecimiento y los ”paseos” en nuestra ciudad, la tristeza y el desánimo se fue apoderando de nuestro espíritu. No obstante, estaba convencido del completo triunfo nacional, a pesar de los desfiles y manifestaciones ‑con canciones guerreras‑ que, desde mi encierro, contemplaba con frecuencia…

Al llegar las navidades y el año nuevo, la vida se me hizo más tranquila, aunque también monótona y recogida. Lo que me inquietaba era que no concluyese la contienda armada, a pesar de las oraciones y preces elevadas al Señor. Verdad es que siempre las acabábamos diciendo: «¡Cúmplase, Señor, vuestra santa voluntad!». Fueron tantas las veces que le pedimos que llegase a España el reinado de su Sagrado Corazón (y que su Padre Eterno se apiadase de ella), que nuestras esperanzas iban creciendo día a día…

Úbeda, 12 de marzo de 2013.

fsresa@gmail.com

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