Valor estratégico del amor cristiano

18-09-2011.

El «Presentar la otra mejilla al que te abofetea» del evangelio cristiano y el «Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor» de Francisco de Asís simbolizan actitudes de un alto valor ético y hasta estético. De una gran elegancia espiritual. Pero ¿qué valor estratégico real tienen esas actitudes si se las examina racionalmente desde el ángulo de las interacciones humanas? ¿Son realistas o utopistas? ¿Las recomendaría usted a sus hijos?

En contraposición, tenemos la violenta crítica nietzscheana del cristianismo: todo el discurso del amor al prójimo es humo, opio del pueblo, atrapa bobos.

Todos hemos oído hablar de Madre Teresa y de muchas religiosas que dedican su vida entera al servicio de los demás. ¿Son pobres mujeres ignorantes y engañadas, quizás santas, o quizás orgullosas ocultas, narcisistas auto complacidas?

Vamos a examinar la cuestión del valor estratégico del amor cristiano con un intento de aproximación racional al problema.

I. EL DILEMA DEL PRISIONERO

El dilema del prisionero es de gran interés en ciencias biológicas como la etología ‘estudio científico del carácter y modos de comportamiento del hombre’ y la biología evolutiva; pero, además, ciencias sociales como la economía, las ciencias políticas y la sociología.

Ejemplos concretos:

‑En ciencia política, dentro del campo de las relaciones internacionales, el escenario del dilema del prisionero se usa a menudo para ilustrar el problema de dos países involucrados en una carrera armamentística.

‑O para esclarecer ciertos aspectos del terrorismo y las varias políticas antiterroristas de los estados.

Enunciado clásico del dilema del prisionero

La policía arresta a dos sospechosos por un grave delito cometido conjuntamente. El fiscal no tiene pruebas suficientes para inculparlos. Por eso, los incomunica y le ofrece a cada uno, por separado, la siguiente oportunidad:

‑El que confiese será liberado, mientras que, si el otro no confiesa, pedirá para él 10 años de cárcel.

‑Si ambos confiesan, el fiscal pedirá, para cada uno, 6 años.

‑Y si ninguno confiesa, pedirá, para ambos, 6 meses por un cargo menor.

Resolución del dilema

Punto de vista de A: La pena media de 3 años, si confieso, es menor que la de 5,25 si no confieso. Por tanto, A concluye que más le vale confesar, porque así reduce en términos medios la esperanza matemática de la pena.


NOTA 1.

El prisionero A analiza la hipótesis: Voy a confesar y delatar a B, el otro.

1) Si B no confiesa, yo, A, seré liberado inmediatamente. (Tendré 0 años de cárcel).

2) Si, por el contrario, B confiesa, aún así mi mejor opción es confesar, ya que sólo pedirán para mí 6 años y no la pena completa de 10 años.

A calcula así la media ponderada:

Si atribuyo una probabilidad de 50% a que B no confiese, y 50% a que confiese, mi esperanza matemática de pena, o pena media, sería: 0,50 (probabilidad de que B confiese) x 0 años (pena si B confiesa) + 0,50 (probabilidad de que B NO confiese) x 6 años (pena si B NO confiesa) = 3 años de media.

Resultado que se obtiene efectuando: 0,50 x 0 años + 0,50 x 6 años = 3 años.

A analiza después la otra alternativa No voy a confesar, por compañerismo con B. Entonces puede suceder una de dos:

1) Que B no confiese tampoco. En ese caso, yo tendría 6 meses = 1/2 años.

2) Que B confiese, mientras que yo no. Me caerían a mí 10 años.

De nuevo calcula A:

Si como antes atribuyo una probabilidad de 50% a que B no confiese, y 50% a que confiese, mi esperanza matemática de pena media sería la media ponderada siguiente:

0,50 (probabilidad de que B NO confiese) x 1/2 años (pena si B NO confiesa) + 0,50 (probabilidad de que B confiese) x 10 años (pena si B confiesa) = 5,25 años de media.

Resultado obtenido efectuando: 0,50 x 1/2 años + 0,50 x 10 años = 5,25 años.


Confesar es sin duda la estrategia dominante. Esa es la primera lección del dilema del prisionero: es racionalmente rentable no cooperar con el otro.

Cuando A, por bondad y fidelidad a altos valores, no confiesa y B lo traiciona confesando, A ha cometido una bobada a los ojos de B. Esa es la molesta situación del cristiano auténtico que se hace burlar por quienes no lo son.

La posición cristiana parece ir contra el aparente diseño de la Creación

La conclusión del dilema del prisionero es opuesta a la doctrina del amor cristiano. Está más bien con Darwin que con Jesús.

¿Por qué con Darwin? Los seres humanos vivimos gracias a la muerte de animales, y lo mismo sucede con otros animales. Es una ley despiadada de vida. Hubiéramos podido ser diseñados para ingerir los átomos de la materia inorgánica y para captar directamente del sol la energía necesaria para ligar esos átomos, constituyendo moléculas como lo hacen las plantas. Pero no es así. Pervivimos gracias a la destrucción de otras estructuras orgánicas. Ese es el ineludible y cruel diseño de lo viviente.

La posición cristiana parece ir contra la mentalidad “empresarial” de nuestro tiempo

En el entorno social se llega a conclusiones similares a las del entorno biológico. La estrategia dominante del dilema es totalmente compatible con la mentalidad “empresarial” que parte del principio de la necesidad de la lucha y la competitividad para el progreso. Es un postulado indiscutible. Sin crecimiento, que se produce a costa de otros, no hay progreso para la sociedad.

Una sociedad blandengue es dañina, lánguida, morbosa. No puede ser productiva, porque la pasividad va contra las leyes de la evolución, basada en una feroz y ubicua competitividad. Recordemos al tan citado Heráclito: «La guerra es padre de todas las cosas». Las aguas muertas se estancan.

El dilema del prisionero repetido

En la vida ordinaria de la pareja, o entre compañeros de trabajo, se producen constantemente transacciones, en ocasiones teñidas de egoísmos, malas jugadas, pequeñas y grandes traiciones, infidelidades, etc., que dan lugar, por la otra parte, a réplicas de venganza, tolerancia o perdón.

Se trata de una sucesión de situaciones encadenadas del tipo de dilema del prisionero. En cada etapa o transacción ¿qué estrategia es mejor: cooperar o mirar por su propio interés? Al modelo que estudia estas transacciones múltiples se le llama dilema del prisionero repetido. En relación con él, se analizan problemas como el de evaluar la mejor actitud estratégica de los agentes o la estabilidad de un grupo humano constituido por miembros que juegan tales o tales estrategias frente a los demás.

Hace ya muchos años escribí unos programas de ordenador que simulaban ambientes integrados por una variedad de individuos. Esas entidades virtuales se enfrentaban entre ellas con estrategias personales diferentes; por ejemplo, la sistemática búsqueda egoísta del propio interés, la de perdón, la de venganza, la tolerancia limitada, la flexibilidad guardando una memoria más o menos dilatada de las jugadas del Otro. O con estrategias escogidas al azar e imprevisibles.

Los programas informáticos simulaban miles de interacciones. De esa forma simple, si no simplista, la simulación permitía hacerse una idea de la evolución de esos ambientes y de las ganancias de cada tipo de actores.

El modelo de simulación demostraba ampliamente que en general las estrategias del ojo por ojo y diente por diente (tit for tat) son más productivas individualmente y más estabilizantes para el grupo que las estrategias del perdón cristiano, «El perdonar setenta veces siete», como dice el evangelio.

Esta lección de la variante repetida del dilema del prisionero confirma la no viabilidad del principio del amor o perdón incondicional como estrategia social.

El dilema del prisionero y las colectividades

Volvamos a examinar el mismo dilema del prisionero, pero ahora desde el punto de vista de la colectividad, es decir, del mayor interés del grupo en su conjunto. Supongamos por ejemplo que A y B fuesen hermanos.

Habíamos dicho que la estrategia dominante era confesar. Pero ¿y si por exigencia moral ambos decidiesen, separadamente, cooperar entre ellos, callarse y no delatar? Pues les iría mejor, ya que, como queda dicho arriba, serían liberados en sólo 6 meses.

Está claro que la opción de cooperación es mejor para el grupo y también para cada uno. Pero para ello se requiere la comunicación o, más precisamente, confianza mutua. Es decir, una voluntad previa de cooperación.


NOTA 2.

Un apunte técnico. La estrategia dominante del dilema no es óptima ‑en el sentido de eficiencia de Pareto‑ puesto que, partiendo de la estrategia dominante, la utilidad de uno de los detenidos ‑incluso la de ambos‑ podría mejorar sin que esto implique un empeoramiento para el otro.


II. REFLEXIONES SOBRE EL AMOR Y LA CONSTRUCCION DEL MUNDO

Es pensamiento común a través de la Historia de las ideas que alguna forma de cooperación, es imprescindible para la estabilización de la sociedad, para que no se convierta en la feroz jungla que resultaría, si todos sus individuos fuesen ciegamente egoístas.

Pero, para que la cooperación exista, son necesarios una serie de valores sociales. Estamos viviendo en nuestro tiempo el grave problema de la crisis y el desastre a que nos han conducido la falta de solidaridad y el afán de ganancia personal, socialmente irresponsable.

Hoy sentimos, más que nunca, la necesidad de regenerar los valores fundamentales de nuestra sociedad.

Los mundos ideales y las utopías

Sin embargo, los mundos ideales, como el del hermano del stárets Zósimo en Los hermanos Karamazof de Dostoievski, son totalmente inviables. ¡Qué bello sería el mundo, si eso fuera posible! Pero sobre esas bases no se puede construir un mundo real. Ni siquiera el de las reducciones del Paraguay del siglo XVIII o las muchas utopías de la Historia (Owen, Fourier, Cabet…). Sueños imposibles y hasta nocivos en tanto que regla general de vida. No se puede imaginar mayor desastre para una empresa que poner a un Francisco de Asís como patrón de la General Motors. Ni a la cabeza de un Estado. Un alto responsable necesita para gobernar un cierto grado de insensibilidad, de dureza, de malicia y, quizás, hasta de insinceridad. Es cínico decirlo, pero realista. El que no sea así está incapacitado para el ejercicio de altas responsabilidades en la gestión de hombres.

Algunos individuos serán generosos, cristianos; muchos serán ingenuos, inconscientes, o imbéciles adormecidos. Pero, por otro lado, siempre existirán los inevitables zorros en el gallinero. Nada es más provechoso para ellos que vivir en un corral de gallinas indefensas. En un mundo de “buenazos”, les va muy bien a unos pocos sinvergüenzas.

La excelencia es cosa de pocos

La auténtica bondad cristiana nunca será un fenómeno de masas. La mayoría de las personas no tiene la altura moral para elevarse a esos altos niveles. Por consiguiente, la heroicidad no puede ser impuesta por decreto o mandamiento como regla general. Es conquista personal de cada uno. El amor es una opción individual de excelencia y de alta calidad estética.

El cristianismo auténtico es para una minoría, como pensaba Kierkegaard.

Otros modos de ver la solidaridad humana

Sin embargo, la caridad y el amor cristianos no eximen de los deberes primordiales de justicia con el Otro. Empecemos por ahí. Valores como la generosidad y el altruismo, que pueden ser justos, deseables y elevados en el ámbito individual, pudieran no ser necesariamente apropiados para regular el comportamiento colectivo en todas circunstancias.

Las sociedades se sostienen a la larga, a pesar de la violencia intrínseca de los hombres, gracias a que se instala entre ellos alguna de las variantes del contrato social, que son formas más racionales de coexistencia. Hay modelos de sociedad basados sobre una distancia equilibrada entre individuos.

En las sociedades occidentales contemporáneas, especialmente en el centro y norte de Europa, profundamente impregnadas por el individualismo, el axioma social vigente es que no sólo es posible una sociedad sin amor, sino que basta con la fairness ‘equidad, hermosura, justicia’, el comportamiento “deportivo”, o con el respeto de un mínimo de reglas de convivencia. Las formas de cortesía constituyen, además, una opción estratégica rentable, y son un buen cálculo para el éxito personal en la sociedad.

¿Podemos hablar de dos morales? (La misma fórmula, pero con un sentido diferente al del Übermensch ‘superhombre’ de Nietzsche?

Y, sin embargo, las formas sublimes del amor son necesarias para la especie.

Es innegable el bien que hacen personas como la Madre Teresa y miles de religiosas desinteresadas, cuyo lema de vida es el amor al prójimo.

El amor de la madre a su hijo es la forma más alta que una persona tiene de trascenderse a sí mismo, porque no exige, ni requiere forma alguna de reciprocidad. Para la mujer, la maternidad es una fuente exaltante de espiritualidad profunda.

Además, para la especie humana, el amor de los padres a los hijos es un cimiento social de primera y absoluta necesidad. El principio «Te doy para que me des» (Do ut des) no puede gobernar las relaciones de los padres con los hijos. Al contrario, estas relaciones son un ejemplo de generosa sumisión (de los padres), no de reciprocidad.

¿Pudieran constituir un paradigma extensible a otro género de relaciones sociales? Sin duda que no.

En la triste realidad, la vida humana, tal como la sentimos y la sufrimos y no tal como especulan algunos teóricos, no funciona más que de dos maneras:

1) Hay que dejarse someter por la fuerza, pagar impuestos injustificables, someterse a las autoridades de todo orden, etc. En particular, el Estado y la Justicia ejercen el monopolio de la fuerza, a través de sus representantes.

2) Hay que renunciar a parte de nuestras apetencias personales. Ser algo tontos deliberada y conscientemente.

Son esas las condiciones para poder andar por el mundo, sin tener que soportar el tremendo peso de una postura radical de rebelión.

bf.lara@hispeed.ch

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