Un puñado de nubes, 50

01-06-2011.

Manolo Jurado se sentó junto a León. Como en el encuentro anterior, León les había hablado a los niños del padre Luque, de la página web de Magisterio. Manolo Jurado había leído algunas “Nubes” y le dijo a León:

—Ya veo que estás hecho un personaje de novela.

—¿Yo?

—Hombre, ¿no me negarás que ese León de Un puñado de nubes no eres tú?

—Eso son chalaúras de unos locos que andan sueltos por ahí, gente que seguro no tienen otra cosa mejor que hacer.

—Pues no están tan mal.

—Pero vamos, que entre ese León y yo es todo pura coincidencia.

—Como en las películas. Pues, ¿tú sabes una cosa? Que a mí no me importaría meterme en ese bochinche.

—Anímate y sígueles el rollo. Total, si no es más que un divertimento. Yo me río con algunas situaciones. Sobre todo, con ese Indalecio y esa Amalia. ¿Tú reconocerías a ese Alfonso?

—A alguno le vendría bien ese traje, pero no tengo ni idea.

—Esta gente mete cosas reales y otras inventadas.

—Pues a mí, la que verdaderamente me gusta —dijo Manolo Jurado maliciosamente, bajando la voz, aunque estaban solos en el jardincillo— es esa Aymara. Será que como ya somos viejos…

—Lo serás tú —dijo bromeando León—, que yo…
—Anda, anda… No vayamos de fantasmones…

La conversación intrascendente entre León y Manolo Jurado se prolongó durante casi media hora. Estaban los dos a gusto. León le resumió en pocas frases toda su vida. Manolo Jurado necesitó algunos párrafos más. Siempre le había gustado la literatura. No en vano había sido alumno de don Jesús Burgos.

—¿Tú tuviste a Burgos? —preguntó Manolo Jurado a León—.

—Sí, pero no me dio Literatura.

—¿Tú sabías que yo estuve unos años sin hablarle?

—Imposible.

—Como lo oyes. En parte, por dejarme llevar por los comentarios infames de alguno; y, en parte, por mi propia vanidad. Luego, reiniciamos nuestra amistad y nuestra frecuente comunicación hasta el día de su muerte.

—Al parecer, se ha convertido en un mito.

—Bueno, ya sabes… Era un profesor diferente. Aquel internado de la Safa de Úbeda… Yo, si escribo más bien o mal, él tiene mucha parte de culpa.

—¿Ah, pero tú escribes?
—Bueno, hago cosillas.

—Joder, Manolo, me tendrás que decir dónde puedo encontrar algún libro tuyo. ¿Poesía? Porque a ti te va la poesía, no hay más que verte…

—Bueno… y alguna novela.

—¡No me digas! ¿A que vas a ser tú uno de los de las Nubes y te estás quedando conmigo?

—¡No digas tonterías, León! Los de las Nubes son profesionales de la pluma, eso se nota nada más leerlos. Yo, al lado de ellos, soy un aficionado. En realidad, sigo siendo un aficionado.

El tiempo se les había pasado en un soplo. Que es un soplo la vida / que veinte años no es nada…, pensó nostálgico León.

Sonó un móvil. León, nervioso, sacó el suyo del bolsillo del pantalón. Pero era el de Manolo Jurado.

—Sí, niña; no, no pasa nada; estoy bien: es que me he encontrado con un antiguo compañero de Úbeda y estoy en la Buhaira charlando con él… Sí, se me ha pasado el tiempo… Lo que tarde en llegar a casa, no te preocupes… Vale… Es mi mujer —se dirigió a León—. Ya sabes cómo son… antes por una razón y ahora por otra, siempre tienen la mosca detrás de la oreja.

Se dieron un abrazo y se despidieron. León agradeció aquel encuentro, porque por un rato lo había sacado de sus oscuros pensamientos.

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