Un puñado de nubes, 48

27-05-2011.

Amalia, sin embargo, tras las dos breves conversaciones telefónicas con León, no se quedó tranquila. Su intuición le hacía sospechar que algo grave le estaba ocurriendo a aquel hombre, al que había conocido hacía poco y por el que sentía, al menos, cierta simpatía; de modo que, en uno de esos arranques a los que ella era muy dada, se plantó en La Luna al día siguiente de hablar con León.

—Ha entrado el sol por estas puertas y se ha producido un eclipse de luna —bromeó barroco, Indalecio, cuando la vio entrar. Amalia sonrió ante la verborrea del camarero—.

Había llegado a la hora en la que, según ella, solían tomar café Alfonso y León. Miró a su alrededor y comprobó que las escasas mesas estaban vacías, salvo una en la que jugaban al tute cuatro hombres ya de edad, que la miraron con indiferencia y siguieron en la partida, mientras alguno sorbía escandalosamente los restos del café, ya frío, que quedaba en su taza.

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