27-02-2011.
Por mi parte, sigo enamorado de aquella época de honradez, de sinceridad, de trabajo y de paciencia. De la idea del Dios bueno, sencillo, humilde y simpático de Jesús Mendoza. Si volviera a sus clases, me gustaría preguntarle qué opina de ese Dios ambiguo, tibio e indefinido, que nos presentan los Yanes, los Setién, o el tal Blázquez. Estoy seguro de que me contestaría con paciencia infinita, con la misma que soportaba nuestras rebeldías y afrontaba aquel torrente de preguntas maliciosas a que le sometíamos continuamente. Unas veces en materia de sexto:
—Padre, ¿bailar es pecado?
—Padre, ¿hay que confesarse por coger la mano de una chica?
—Padre, yo he visto una película 3R y no tenía nada.
—Padre, ¿es pecado besar a las chicas? ¿Y si no es en la boca?
—Padre, ¿es verdad que el órgano que no se usa se atrofia?
—Padre, ¿leer novelas policíacas es pecado? ¿Y del oeste?