Bello soñar

¡Qué bello soñar cuando los sueños son bellos…!
Recurrente, sugestivo como una tentación he disfrutado este sueño en mi vida… Y fiel como la sombra me está siguiendo hasta el final. Siempre envuelto en la misma gloriosa tarabilla[1]:
«Cuando siembro voy contando
porque pienso que al cantar…”.
Tal vez porque desde niño vi a muchos campesinos de mi pueblo sembrando a voleo… Garbosa, rítmica y gentil, su silueta recortada en el azul otoñal de la Meseta se me grabó indeleble.

Y, por esto acaso, ya en la brega educativa no hallé símil más ajustado a mi bello quehacer. «El educador ‑escribí simplón‑ es un sembrador sin esperanzas de cosecha…». (Errado estuve, por Dios… Que aún no sé por qué sendas y avenidas del destino, decenios llevo agobiado recibiendo presentes de vides y mieses que yo no sudé…).
En los inicios de mi improvisada función educativa, yo, ignorante de otros criterios, despeñaba mis afanes en sembrar. Imágenes, ideales, modelos de copia. Pura identificación, desoyendo el clamor de tendencias vitales, pulsiones imperiosas, autógenas[2]… Tardé en advertir que, sin arrinconar el reclamo del arquetipo, el ideal educativo personalizado está en bucear, escanear[3] los fondos de cada educando. Que, al … Tardé en advertir que, sin arrinconar el reclamo del arquetipo, el ideal educativo personalizado está en bucear, escanear los fondos de cada educando. Que, al cabo de tantos años de lidia, seguro estoy de que cada chico lleva su tesoro personal en el mar de su corazón.
Aún así, cuántas noches maravillosas he pasado sembrando y sembrando. Despierto ya, me dolía el brazo derecho… Pero iqué gozada! Una y otra vez llenarme el puño de trigo rubio, de grano grueso, bien hendido. Y lanzarlo como una bendición de perlas sobre la fresca tierra desnuda… Tal como el agricultor vitalista regala al viento su canción…
«porque piensa que al cantar
con el trigo va sembrando
sus amores al azar…”.
 Pero ya icuántas veces, en un goterón[4] del terreno me atollo[5]! Me hundo… me hundo. Y no logro zafarme… Llamo, grito… Y mi voz y mis sollozos se del terreno me atollo! Me hundo… me hundo. Y no logro zafarme… Llamo, grito… Y mi voz y mis sollozos se pierden sin eco en la llanura infinita… Sólo las aves del cielo, piando, me revolotean y acompañan mi desamparada soledad…
¡Qué triste morir en la siembra, rebosando grano el sementero…! Y sin haber arrojado aún el corazón
«al ancho surco del terruño tierno…
A ver si con romperlo y con sembrarlo
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor profundo…».
Valladolid, 28-01-05.

 


[1] tarabilla, tropel de palabras dichas de este modo.
[2] autógena, de producción propia.
[3] escanear, explorar.
[4] goterón, canal, hendidura.
[5] me atollo, me atasco.
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Publicado en: 2005-04-09 (49 Lecturas).

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