“Barcos de papel” – Capítulo 29 c

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- El drama.

Notaba que el corazón me latía como una locomotora y empecé a sentir frío. Ya estaba decidido a ir a buscarla, cuando la vi salir del edificio y venir hacia mí. Tragué saliva y le di gracias a Dios. Me echó los brazos al cuello y me besó. Siguiendo con mi papel de hombre duro, le empecé a echar una reprimenda, muy enfadado.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 b

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.-Una espera insoportable.

Tomé el incidente como un aviso, la besé en la frente y, a partir de entonces, conducía con tanta prudencia que los demás coches nos adelantaban por la derecha y por la izquierda. Habíamos escapado de Santamaría, y ante nosotros se abría un futuro nuevo y prometedor.

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“Barcos de papel” – Capítulo 29 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- La fuga.

Todo estaba a punto, habíamos terminado de comer, Katia estaba fregando los cacharros en la cocina y, como cada tarde, su madre puso el televisor a todo volumen. Salimos Olga y yo del comedor y desde la escalera oíamos con absoluta claridad la sintonía de la serie Bonanza y el vozarrón de Dan Blocker, el hijo más voluminoso e infantil de la familia Cartwright. Subimos a su habitación, cogí el equipaje y lo llevé a mi habitación, sin separarme de ella. Había llegado el momento, miré al reloj y faltaba muy poco para las cuatro de la tarde.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 g

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- El adiós del amigo.

Cuando llegué, Emilio me esperaba en la puerta. Lo noté afectado; debía de pensar que allí terminaba nuestra relación, y quería demostrarme sus sentimientos.

—Mosquito, ¿te vas de viaje?

—¿Por qué lo dices?

—Porque llevas todo el puto mes sin darme los buenos días y porque he visto tu equipaje debajo de la cama.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 f

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- Un imperdonable resbalón.

Seguía obsesionado ‑esa es la palabra‑ con marcharme aquella misma tarde. Sabía que hacía una de las bajezas más graves que un hombre puede cometer; pero, hasta las historias de los personajes ejemplares, tienen lamentables episodios de cobardía. Pronto acabaría aquella situación.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 e

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

5.- Sombras de duda.

Hubo un nuevo silencio y volvió a preguntar.

—Alberto, ¿por qué no aclaramos esta situación? ¿Por qué no me hablas con sinceridad? Presiento que algo te aleja de mí. No sabría decir qué es, pero lo noto. Estás ausente, como si te atormentara alguna cosa. No me atrevo a preguntarte qué te ocurre, pero tengo la sensación —al decir esto se le quebró la voz y a punto estuvo de echarse a llorar—…, tengo la sensación de que te estoy perdiendo. ¿Te estoy perdiendo? Alberto, por favor, no me engañes. He tenido unas ideas tan raras… Pensaba que no tendría valor para decírtelo. A veces, pienso que me vas a dejar. Si crees que soy culpable de tus preocupaciones, dímelo. Lo comprenderé y haré lo que me pidas; pero, si no sucede nada, dímelo también. Necesito saberlo.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 d

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

4.- Una mañana de invierno.

Me esperaba en la entrada de Telefónica, en la esquina de la calle Fontana. La cogí de la mano,bajamos paseando por la acera de la izquierda y entramos en “Els Quatre Gats” de la calle Montsió: un restaurante de ambiente bohemio, en donde, a primeros de siglo, se reunían los genios del modernismo catalán. Yo me encontraba como el tiempo, sombrío y melancólico. Elegimos una mesa en el rincón que hay entrando a mano izquierda, bajo los retratos de Casas, Albéniz y Enrique Granados.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 c

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

3.- Momentos inolvidables.

Por fin llegó el gran día. Yo iría al trabajo como siempre, y luego me esperaba Roser. Al final de la mañana, Olga recogería su liquidación y, a eso de las cinco de la tarde, emprenderíamos el viaje. Guardé el equipaje debajo de la cama y cogí el coche para ir a la oficina. En aquellas fechas, las gestiones en la empresa eran muy escasas, porque los clientes estaban pendientes de sus vacaciones. Mi jefe, Tony Torner, apenas pasaba por el despacho, y yo disponía de mucho tiempo libre. A media mañana, sin decir nada a nadie, salí de la oficina y fui a comprar el anillo de prometida para Olga. Nunca me han tratado con semejante ceremonial, ni me han dedicado tan exageradas reverencias. El vendedor me invitó a sentarme, me trataba de usted, y me preguntó si me apetecía tomar café. Aquel trato tan distinguido hizo que me sintiera seguro e importante.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 b

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- Soñar con el futuro.

Era emocionante pensar en lo felices que íbamos a ser. Se volvería loca cuando le diera el anillo y le pidiera que se casara conmigo, pero eso lo haría durante el viaje. ¡Vaya escena! Hasta copié una poesía de Octavio Paz para leérsela mientras se lo colocaba en el dedo. Empezaba así: “La noche borra noches en tu rostro…”.

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“Barcos de papel” – Capítulo 28 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- La fuga.

Las pocas horas que faltaban para la fuga se me hicieron eternas. Cada vez que sonaba el teléfono me entraban escalofríos: imaginaba que el señor Fabregat había descubierto el engaño y me había denunciado por estafador. No me llegaba la ropa al cuerpo. De una manera u otra, debíamos marcharnos al día siguiente. Me tranquilizaba ver a Olga tan decidida; de cuando en cuando la oía canturrear y era ella la que intentaba convencerme de lo felices que seríamos cuando estuviéramos lejos de aquí. Solo estaba triste cuando se acordaba de su bebé; aunque de ese asunto habíamos acordado que no hablaríamos jamás. Ahora bien, imaginaba que cuando llegáramos a Madrid podía encontrarse fuera de lugar, e intentaba infundirle ánimo para ahuyentar sus dudas.

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