Por Dionisio Rodríguez Mejías.
6.- El adiós del amigo.
Cuando llegué, Emilio me esperaba en la puerta. Lo noté afectado; debía de pensar que allí terminaba nuestra relación, y quería demostrarme sus sentimientos.
—Mosquito, ¿te vas de viaje?
—¿Por qué lo dices?
—Porque llevas todo el puto mes sin darme los buenos días y porque he visto tu equipaje debajo de la cama.
“El Colilla” despertaba en mí sentimientos que nunca he encontrado en los otros amigos que he ido haciendo a lo largo de la vida. Será porque las amistades de la infancia son más limpias y más sencillas. Por eso no se olvidan.
—Olga se va contigo, ¿verdad?
—Sí, nos vamos juntos. Lo siento, Emilio. Seguramente te he decepcionado, pero yo no esperaba que las cosas salieran así.
—No seas tonto y no pienses en eso. Lo importante es que seas feliz. Mosquito, ¿tú eres feliz?
—Sí; de verdad, Emilio, soy muy feliz.
—Pues eso es lo importante. ¿Ya se lo has dicho a Catalina?
—Le dejaré una carta en la mesita con el dinero.
No paraba de darme consejos, de decirme que contara con él para lo que necesitara, y lo llamara por teléfono cuando llegáramos. Parecía mi madre.
—Imagino que sabes lo que haces, pero de todas formas, te voy a decir una cosa: si por una remota casualidad las cosas no te salieran como esperas, que sepas que siempre podrás contar conmigo.
—Y yo te voy a decir otra cosa a ti: muy mal se tienen que poner las cosas para que yo dé un paso atrás. Como ella responda, como se porte bien conmigo y cumpla con su parte, te juro que me mato a estudiar; y no paro hasta que consiga lo que siempre he querido. Y si no, que sea lo que Dios quiera.
—¿Cuándo os marcháis?
—Esta misma tarde. Quiero salir temprano. ¿Desde cuándo lo sabías?
—Eso no importa. Lo importante es que estés seguro de tu decisión y sepas lo que te conviene. Y conste que lo digo por tu bien.
—Vale, y yo espero que comprendas que no podía seguir viviendo así.
—¿Y se puede saber dónde vais a vivir?
—Vamos a Madrid. ¿Qué pensabas…, que viviríamos bajo el puente de Vallcarca?De momento, yo estaré en casa de José Luis Olano y ella con unos familiares de nuestro antiguo compañero. Está todo controlado.
—Lo digo porque, hasta que no encontréis curro, necesitarás algún dinero. ¿Vale?
—Por eso no te preocupes. Está todo programado.
—Bueno, pues por si te falla el programa, toma esto y ya me lo devolverás.
Se metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón vaquero, sacó un sobre cerrado y me lo entregó.
—Emilio, no puedo aceptarlo. Muchas gracias, pero no me hace falta.
—¡Que te calles!
—¿Qué me calle…, por qué?
—Porque ahí llega Olga, gilipollas. No me vayas a hacer el numerito. Este es el mejor destino que puedo dar al dinero, y no me lo desprecies. ¿Vale? Anda, dame un abrazo. Eso es para que me perdones y te acuerdes de mí.
Llegó Olga, me echó los brazos al cuello, y subimos juntos a su habitación a recoger el equipaje.