“Barcos de papel” – Capítulo 29 a

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

1.- La fuga.

Todo estaba a punto, habíamos terminado de comer, Katia estaba fregando los cacharros en la cocina y, como cada tarde, su madre puso el televisor a todo volumen. Salimos Olga y yo del comedor y desde la escalera oíamos con absoluta claridad la sintonía de la serie Bonanza y el vozarrón de Dan Blocker, el hijo más voluminoso e infantil de la familia Cartwright. Subimos a su habitación, cogí el equipaje y lo llevé a mi habitación, sin separarme de ella. Había llegado el momento, miré al reloj y faltaba muy poco para las cuatro de la tarde.

—¿Nos vamos? Yo bajaré las bolsas y tú procura no hacer ruido. ¿Estás preparada?

—Espera; voy a llamar a Mari Luz, a ver si le han llevado la liquidación.

—Pero, ¿aún no la tienes?

—No. Esta mañana he llamado al departamento de personal y me han dicho que la enviarían a primera hora de la tarde; o sea, que ya debe estar allí.

Mientras telefoneaba, me asomé a la ventana y vi que empezaba a lloviznar.

—¿Qué dice tu amiga?

—Que sí. Que ya tiene el sobre con mi dinero y el finiquito a falta de la firma.

—Pues vámonos, que a esta hora el tráfico se pone imposible.

Salimos casi de puntillas y, en ese preciso instante, a Olga le dio la risa.

—Berto, ¿sabes de qué me estoy acordando?

—¿A qué viene ahora esa pregunta? No hace falta que lo digas; me lo imagino.

—En serio, ¿sabes lo que estoy pensando?

—Ya te he dicho que me lo imagino.

—Es que me hace gracia pensar en lo que haría Luis, si ahora nos viera.

—Por favor, no pienses más en él. A partir de ahora, yo te cuidaré y me preocuparé de si comes, no comes, y si eres feliz…

En ese momento, salió “El Colilla” de su habitación y nos ayudó a bajar el equipaje. Había tenido la precaución de dejar el coche aparcado junto a la puerta y, procurando no hacer ruido, para evitar las preguntas de Catalina, salimos a la calle y coloqué el equipaje en el maletero. Al vernos tan serios, a Emilio y a mí, Olga se puso a reír a carcajadas.

—¿Qué te hace tanta gracia? Aquella tarde, en la que pensabas hace un momento, estabas muy tranquila. ¿Estás segura de que no olvidas nada?

—He mirado en la habitación antes de salir. Llevo los discos, la ropa, mis zapatos… Si necesito algo, lo compraré cuando lleguemos. Me han dicho los de personal que me corresponden unas treinta mil pesetas de liquidación.

—¿Tanto?

—Eso han dicho, cuando he llamado esta mañana.

Miré al reloj y le di a Emilio unas palmaditas en la espalda. Nos abrazó, nos deseó suerte y comprobé, por el retrovisor, que no se movió hasta que giramos en la calle de Sans.

A pesar de encontrarla algo desmejorada, estaba tan hermosa que le cogí la mano, me puse a canturrear con mi cara muy cerca de la suya, y di gracias a Dios por haberla puesto en mi camino. La lluvia seguía cayendo con insistencia y las escobillas del limpiaparabrisas iban de un lado a otro de manera monótona e incansable. Olga llevaba la cabeza apoyada en mi hombro y yo pensaba en los felices años que nos aguardaban, cuando los gritos de un conductor y el brusco sonido del claxon me hicieron volver a la situación. Faltó poco para que nos metiéramos debajo de un autobús, que venía en dirección contraria: dio un frenazo y se paró a pocos centímetros del coche. Olga me miró con cara de sorpresa.

—Pensé que nos llevaba por delante.

roan82@gmail.com

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