22. Almas caritativas

A la entrada de la casa me recibió una muchacha roja (sin yo saberlo). Ella misma subió a anunciarles que les esperaba un sobrino de Madrid. Todo fue magnífico: presentación, entrada y creencia ‑por todos‑ de que yo era Miguel (el sobrino del señor). Subí al piso de aquella familia bienhechora que me cuidó cual si fuera su hijo, recordándome que me esperaban la noche anterior y el mal rato que pasaron. Ese día pasó rápidamente… A la noche, escuché por la radio al general Queipo de Llano; me enteré de que las tropas nacionales habían tomado Toledo, lo que me congratuló. Las siguientes tres noches pudimos oírla, a escondidas, pues estaba rigurosamente prohibido escuchar las transmisiones nacionales; hasta que nos quitaron el aparato, por lo que en los tres años de guerra no pude escucharlas más…

Mi vida transcurría tranquila y pacífica sin que nadie me reconociese, ni siquiera una persona que me había visto frecuentemente antes del movimiento.

A los diez días de estancia, pasé otros cuatro en cama ‑sin ánimo ni apetito‑, padeciendo unos violentos dolores de estómago que me obligaban a estar encorvado. Todo ello era producto de los sustos e impresiones pasados en el hospital… Gracias a los buenos cuidados de aquella familia, me recuperé.

No obstante, todos los días hubo algo de intranquilidad y desasosiego: unos, porque nos requisaron la radio, los libros y los muebles; otros, por incautarnos la casa en que vivíamos o inspeccionarla para meter a más personas… Y lo peor es que no se podía protestar, pues en seguida te amenazaban con el criminal “paseo”…

Yo procuraba no aparecer en público, pero eso era contraproducente, pues los vecinos empezaron a sospechar que, aunque fuese el sobrino de la familia, podría ser un fascista rehuido. Viendo que ya no estaba seguro en esa casa, pensé en marcharme; pues, además, un vecino era un criminal que cometía muchas barbaridades y era bastante significado en el sindicato…

Aquella familia se portó admirablemente, pues me buscó una casa para refugiarme, comprometiéndose a enviar allí dinero y alimentos diariamente. Nunca podré olvidar ni agradecer tanta caridad y sacrificios en tiempo de tanto peligro. ¡Dios se lo habrá de recompensar…!

Úbeda, 3 de marzo de 2013.

fsresa@gmail.com

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