Por José del Moral de la Vega.
La última de las cinco necesidades básicas que propone Masllow es la trascendencia, y ligada a ella la idea de Dios, una idea que aparece como fruto de la intuición (espiritualidad), o como una entidad suprema a la que se le piden favores o se le teme. El descubrimiento y acercamiento a Dios por medio de la espiritualidad ha producido en el hombre los más altos niveles en la excelencia de la humanidad (dentro del cristianismo: Francisco de Asís, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila…).
En el best seller “Megatendencias 2010”, su autora, la profesora americana Patricia Aburdene, afirma que actualmente existe una potente corriente de espiritualidad que se manifiesta con un extraordinario aumento del consumo de libros de autoayuda, yoga, visitas a templos budistas, tantra…, y con unos buenos resultados socioeconómicos. Pero existen opiniones fundadas que afirman que eso no tiene nada de espiritualidad, y su actividad comercial se desinflará más pronto que tarde, cuando la mayor parte de los consumidores de esa “espiritualidad” comprueben que esas “mercancías” carecen del valor milagroso inmediato que sus mercaderes afirman que poseen. Por el momento, no parece que se pueda ser optimista y pensar que el desarrollo de la espiritualidad verdadera vaya a ser uno de los motores socioeconómicos de la civilización.
¿Habría que admitir, entonces, que a la civilización sólo le queda el placer, como motor primario de su actividad?
La productividad alcanzada en los países desarrollados de Occidente, a partir del siglo XIX, y el consiguiente aumento del tiempo dedicado al ocio, ha sido la causa de que el placer haya empezado a ser considerado de manera diferente en el comportamiento general de la sociedad. Marcuse hizo unas previsiones a mediados del siglo XX que parecen estar cumpliéndose: «La automatización amenaza con hacer posible la inversión de la relación entre el tiempo libre y el tiempo de trabajo, sobre la que descansa la civilización establecida, creando la posibilidad de que el tiempo de trabajo llegue a ser marginal y el tiempo libre llegue a ser tiempo completo». El resultado podría conducir a cambios radicales, a la tergiversación de valores y a un modo de vivir incompatible con la cultura tradicional. Entre esos cambios, estaría la gradual abolición de las normas sociales que restringen el principio del placer, cuestión que con gran precisión pronosticó Freud.
Para que el hombre alcance su plenitud, es necesaria la liberación de cualquier represión de los instintos que limitan el placer, sobre todo el sexual. Esta es una idea que encontramos en Niezstche –hecha desde un planteamiento filosófico– y en Freud –argumentada desde la psicología–. Posteriormente, Marcuse afirma que la civilización ha alcanzado el nivel de desarrollo suficiente para que desaparezca todo lo que constriña los instintos del hombre. Pero lo que no parece contemplarse en los argumentos de estos pensadores es la idea de que el placer se articula mal con la repetición. La intensidad del placer sexual está muy relacionada con el continuo descubrimiento de nuevos estímulos, y esa necesidad de constante novedad sí parece explicar la realidad actual, donde la progresiva liberación del instinto sexual está desembocando en el incremento de la pornografía, fenómeno social que se retroalimenta por el deseo de “descubrir” nuevas formas de placer sexual y por los excelentes resultados socioeconómicos de dicha actividad.
Nietzstche, Freud, Marcuse…, tenían razón en que la liberación de la represión de la sexualidad incrementa el placer y disminuye muchas neurosis; pero lo que no previeron era que ello tendría, entre otras consecuencias, un feroz incremento de la pornografía, fenómeno que ahora constatamos como imparable.
Susan Sontang (2004), una de las más prestigiosas ensayistas del momento, ha mostrado su indignación y preocupación por este fenómeno: «La pornografía es una vertiente ignominiosa y harto despreciada de la imaginación…, y me inquietan las consecuencias de su creciente difusión…», aunque a continuación advierte de los gravísimos resultados que podrían producirse si se utilizara la censura para solucionar el problema.
Parece muy probable que la espiritualidad, a pesar del optimismo de Patricia Aburdene no se constituya, por ahora, en un motor dinamizador de la civilización. Por el contrario, el placer sexual sí actúa como una potentísima enzima de las actividades socioeconómicas, aunque para que esa enzima se mantenga activa, exige, de manera incuestionable, descubrir continuamente nuevos estímulos –la rutina inhibe su poder– y ello conlleva, de manera constatable, una peligrosa exacerbación de la pornografía que, de no cambiar, podría hacer regresar al hombre a una de las peores esclavitudes.