Por Jesús Ferrer Criado.
Los problemas son hábiles sabuesos que conocen perfectamente nuestra situación y tienen preparado un obstáculo, una dificultad, un inconveniente o incluso un impedimento para amargarnos cualquier éxito, cualquier rumbo positivo que pueda tomar nuestra vida. Es ocioso buscarlos porque, hagas lo que hagas, siempre habrá un problema que ya se ha fijado en ti y que está dispuesto a amargarte el día o incluso a reventarte una buena noticia. Simplemente tienes que esperar.
Cualquier bien, excepto quizás la salud, lleva adherido uno o varios riesgos de malograrse y de resultar, a la postre, nocivo y perjudicial. Si te ha tocado la lotería es posible que la nueva situación te lleve por derroteros de vicio y derroche que incluso empeoren tu situación inicial, aparte de la nube de pedigüeños que se disgustarán contigo si no los haces partícipes de tu “buena” suerte.
Ser rico, dicen, tiene multitud de inconvenientes, aparte de los problemas con Hacienda. Tener dos o más casas te obliga a un sin vivir, cuidando de una o de otra: limpieza, contribución, mantenimiento, okupas, vecinos, etc. Un amigo mío salía con una señora que tenía doce pisos alquilados y la dejó, porque la adinerada señora no tenía tiempo para ocuparse de la relación, totalmente enfrascada día y noche en la gestión de su negocio. Lo mismo pasa si se trata de coches o de hijos, que también son una riqueza.
El amor, estar enamorado, es sin duda uno de los mayores bienes que podemos desear; pero, como cualquier otro, lleva aparejado el dolor de su posible pérdida. Insufrible dolor cuando hay traición, desprecio o engaño. Y en la amistad tenemos lo mismo.
Digo que todo bien lleva aneja la preocupación por su posible pérdida, aparte de los cuidados y gastos a que nos obliga esa posesión.
Nadie duda de que hacer turismo es maravilloso, en teoría. Hacer deporte de aventura, también. Dar la vuelta al mundo, también. Pero estas diversiones llevan acarreado un riesgo claro que todos los días nos recuerda la sección de sucesos de los periódicos y la estadística de accidentes. Hay quien piensa que esas actividades son formas tontas de buscar problemas.
Ya dijo alguien, con sorna, que todos los males vienen de no quedarse la gente tranquilamente en su casa; pero ya hay un refrán contrario: «El que no se arriesga no pasa la mar». Es la poliédrica condición humana.
Cuántas veces exponemos a un amigo un plan que se nos acaba de ocurrir y tenemos que escuchar el sabio consejo: «Tío, no te compliques la vida». Pero nos la complicamos, o sea, que impacientes por tener más problemas, aparte de los que ya tenemos, no somos capaces de esperar y vamos solícitos en busca de ellos.
Y todo eso pasa con los individuos, con las familias, con los negocios, con sociedades de todo tipo y, como nos enseña la historia, incluso con naciones enteras. La estupidez individual y colectiva no está lejos de estas situaciones.
En España, estábamos ilusionados hasta hace unos meses con las buenas perspectivas económicas que los organismos competentes formulaban para nuestro país. Hoy día, ya se oyen predicciones apocalípticas sobre la evolución de nuestra economía para el corto y medio plazo. ¿Qué ha pasado?
Ha pasado que Cataluña, una importantísima parte de nuestro país, no contenta con los problemas que ya tenía ‑desigualdad social, desahucios, paro, inmigración, prostitución, violencia callejera, terrorismo, etc.‑, ha decidido de la mano de unos iluminados, y sin duda, con la esperanza de acabar con esos problemas, o ‑eso dicen‑ meterse en uno mucho más grande que enmascare los demás. Están desoyendo, con pertinacia suicida, «Tío, no te compliques la vida», que les llueven por todos lados; y lo peor es que están creando un gran problema a la nación entera, aparte de exacerbar los suyos propios, especialmente los económicos.
Dicen los teóricos que el independentismo de una parte de la sociedad catalana es una vieja pasión, arrastrada desde antiguo, latente pero nunca muerta, que se enardece de tiempo en tiempo, según las circunstancias.
Según se ve, el problema ya empieza con que se trate de una pasión, o sea, algo irracional que no admite argumentos y que está dispuesta a llevarse por delante cualquier obstáculo, con tal de realizarse. La prudencia es la primera víctima.
Debe ser por la edad, pero ya las pasiones me dan mucho miedo y algunas me indignan, precisamente por su irracionalidad, por su injusticia, por su estupidez intrínseca.
¡Cuántos amigos perdidos por el alcohol, el tabaco, el sexo, la política…! Pasiones que se adueñaron de ellos, les llevaron de error en error y los destruyeron o arruinaron su vida.