Merishui

Llevaba largo tiempo con ganas de darme una vuelta por mi Úbeda querida, especialmente por la renovada iglesia de San Lorenzo para ver cómo va conformándose su consolidación cultural, artística y arquitectónica, siempre bien acompasada de exposiciones, conciertos y actos culturales de todo tipo que la va enriqueciendo, dándole justificada fama como joya arquitectónica recuperada por obra y gracia de la Fundación “Huerta de san Antonio”.

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Las viejas palomas del campanario del colegio

Aquella feliz idea del “Coto escolar” había “cuajado” en lo más profundo de aquellas mentes infantiles que con un mimo maternal, tutelados por algunos maestros, cuidaban aquellas tiernas avecillas que se multiplicaban, día a día, para gozo y encanto del Sr. Director, que las mostraba ufano a cualquiera de las numerosas visitas de que era objeto la Casa-Madre.

Algunas, como los canarios, estaban controladas. Fue prenda el regalado a D. Camilo Alonso Vega, entonces Ministro del Interior ‑aunque entonces no se decía así‑, responsable de la Guardia Civil y antiguo defensor de Álava frente a la vesania roja; pero que con gran desesperación del experto, resultó ser canaria, hecho deducido, según cuentan las crónicas, por la mudez del pájaro más que por un examen del sexo.

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Canciones con historias – 5: La canción del verano.

Canciones con historias – 5: La canción del verano.

En los años 1960 la música foránea trae a España sonidos y tendencias que despiertan a la juventud y las discográficas impulsan iniciativas como la “canción del verano”, fenómeno más sociológico que musical, de canciones intrascendentes con un estribillo pegadizo, muy bailables, de letras alegres que hablan de amores fugaces, animados guateques y ambiente despreocupado. Contaron con el apoyo de las emisoras de radio que, dándose cuenta de la gran aceptación popular, potenciaron la programación de este tipo de canciones.

Cada año, sin fallar, al empezar la época estival surgía la canción del verano, un tema con estribillo facilón, letras insulsas, ritmillo que invita a mover el cuerpo y que suena a todas horas en las radios, televisiones (bueno, en TVE, la única) y chiringuitos que se precien.

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50 ANIVERSARIO DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE ÚBEDA

No es fácil llegar al medio siglo de vida, tanto para el ser humano corriente y moliente (y, hoy en día, menos con la dichosa Covid) como para cualquier otra creación humana, pero aún es más difícil alcanzar esa ansiada cifra cualquier institución cultural que se precie.

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Desde lo que no se ve

No era sino un título de una canción infantil que nos contaba cómo llega el invierno.

Hoy, escuchando la radio ya al atardecer ‑aunque por aquí todavía es de día y el sol no tiene ganas de llegar al ocaso, pues está cerca el verano‑, he escuchado una noticia que me ha impactado, y no porque no sea ya demasiado repetida: «Se ha producido otro episodio de violencia machista», en no se qué lugar y en no se qué ciudad; para el caso es lo mismo.

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Una anhelada visita

Es una mañana luminosa y algo fresca, en la Úbeda agosteña que estamos disfrutando, cuando la calor nos ha dado una pequeña tregua, por eso bajamos (mi buen amigo Eduardo Jiménez Torres y yo), a la Galería Anú, sita en el número 20 de la calle Valencia, que sigue conservando ese aire rural y bucólico que tanto le caracterizan, en donde nos vamos a encontrar con la amabilidad, la alegría y el original arte de un artista plástico Raheem Al-Mashayekhi, que está restaurando la casa con sumo tacto, dándole el toque antiguo alfarero que siempre tuvo, además de ser escultor, pintor, ceramista y grabador, entre las muchas habilidades que domina a la perfección, y que ha sido trasplantado milagrosamente (por avatares de la vida) de la antigua Mesopotamia sumeria a nuestra simpar ciudad gracias a unos espíritus benignos…

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Metamorfosis: otra forma de ver Praga, 1

«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia». Así empieza el relato más famoso de Franz Kafka: La metamorfosis (1912).
Estaba yo en Écija, ejerciendo mi segundo curso de maestro de primaria, cuando leí por primera vez este sobrecogedor libro, una tarde lluviosa de otoño. Un vaso de leche y unas yemas El ecijano me endulzaron el final de tan ocurrente ficción, antes de apagar la lamparita e intentar dormir. Fue una de las noches más inquietas que recuerdo. Al despertar, me dirigí al lavabo, miré las pupilas de mis ojos y suspiré tranquilo al comprobar que seguía siendo el mismo. Continuaba lloviendo, pero, en mi habitual recorrido a la escuela, saludaba más efusivamente a las personas con las que me encontraba todos los días. Me sentía feliz por ser como era: uno más de mi especie.
Cuarenta años después, visitando Praga, he sentido las mismas extrañas sensaciones, al acercarme nuevamente al escritor checo-judío en una de las ciudades más sugerentes del mundo por sus innumerables obras de arte, su pintoresco enclave junto al río Moldava ‑aún limpio‑, su belleza arquitectónica y urbanística, su integración en el entorno natural, su cuidada gastronomía, sus anárquicas y armónicas plazas, la belleza de los ojos azules de sus mujeres, la eficacia del transporte público, la increíble desincronización de los semáforos para peatones, el silencio y la limpieza de las calles (no oí el tubo de escape de una moto en cinco días), la posición humillante de pedir limosna de los mendigos, la monumental imaginería, el exuberante y obsesivo barroco de las iglesias, el conmovedor cementerio judío, la exquisita cerveza… ¡y las arañas! Me percaté de ellas en la noche del tercer día, dentro del barco en el que paseamos por el río con la intención de disfrutar de las fantásticas vistas del Castillo, de la Catedral de San Vito, del Teatro Nacional o del Puente de Carlos.

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Introito

 
Imprevisiblemente, casi sin darme cuenta, he saltado de los versos al relato corto y de éste al realismo fantástico de lo no­velesco. Digo yo que, si al guerrero se le supone el valor, al escritor se le debe asignar una adicción: la búsqueda.
En la largura de mis años, he buscado hasta quedar extenua­do. Busqué en los pechos duros de los hombres, en las manos lejanas de los dioses, en las huidas rotundas de mis deseos. Y siempre encontré latidos propios o extraños.
El volcán de mi intimismo manó lavas fluidas a veces, visco­sas otras, nunca emponzoñadas de azufres.

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Canciones con historias – 4: Bob Dylan, justicia poética

Canciones con historias – 4: Bob Dylan, justicia poética.

Una peculiaridad de Dylan es que se inspiraba en historias de la sección de sucesos en la prensa para escribir sus canciones y en general optaba por las más injustas. Veamos dos casos:

Hurricane” narra la vida del boxeador Rubin Carter, acusado injustamente de un triple homicidio y que pasó 19 años en la cárcel. El juicio fue un remedo de justicia: le condenaron por ser negro, mientras el autor, un delincuente conocido, blanco y con buenas relaciones, se libraba. Y no fue en un estado racista del sur, fue en New Jersey.

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