“Los pinares de la sierra”, 100

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

2.- “El Cordobés” corta orejas en La Monumental.

Durante las primeras semanas, mi sensación de soledad rozaba lo patológico. Iba por la calle y me parecía verla ante un escaparate, subiendo al autobús o haciendo cola para entrar al cine. Como no tenía adónde ir, los sábados por la tarde me refugiaba en el Márisol Palace para tener con quien hablar y hacer su ausencia más llevadera. En aquel piso me sentía como en familia. Y en una de aquellas ocasiones, Isidro nos propuso a Paco y a mí que lo acompañáramos a los toros al día siguiente. Se trataba de un “mano a mano” entre dos importantes figuras del toreo: Manuel Benítez, “El Cordobés”, y Pedro Moya, “El Niño de la Capea”. La prensa había caldeado el ambiente y se hablaba de un duelo a muerte entre los matadores.

Quedamos en encontrarnos junto a la puerta de la Monumental, frente a las taquillas, y allí estábamos veinte minutos antes de iniciarse el festejo. El gentío se amontonaba en los alrededores; taxis, autobuses y coches particulares llegaban por la Gran Vía, repletos de gente que corría hacia la entrada con sus bocadillos y sus periódicos bajo el brazo; los revendedores se mezclaban entre el público para ofrecer con disimulo su mercancía; del interior de la plaza salía un rumor vago y sostenido, como el de una marea, y las imponentes figuras de los caballos de la policía emergían por encima de la multitud. Llegaron los coches de las cuadrillas con la baca llena de cachivaches, y poco después, los Mercedes, negros y relucientes, con los apoderados y los maestros, hasta donde se encontraban las cámaras de la televisión. Paco fue el primero en advertirlo.

―Fíjate ―dijo cogiéndome del brazo― en aquel que está filmando a “El Niño de la Capea”.

―¿Qué pasa? ―contesté, sin saber qué me quería decir—.

―Tú míralo bien. ¿No te das cuenta?

―Perdona, pero no sé qué llama tanto tu atención.

―Mira allí, el que lleva al hombro la cámara de televisión. ¿No lo reconoces?

―Es que no le veo la cara.

―Y el otro, ¿el que está con el micro, hablando con “Capea”?

Nos acercamos hasta donde nos permitieron y efectivamente: se trataban de nuestros viejos conocidos, Roderas y Mercader. Mientras el primero, cámara al hombro grababa la entrevista, el compañero hablaba con el diestro y le prendía una medallita en la corbata. Todo sucedió muy deprisa. Llegó después el coche de Manuel Benítez, cortaron la charla con Pedro Moya y repitieron la escena con “El Cordobés”, que, encantado del recibimiento, abrazó a Mercader cuando le prendió la medallita en la corbata.

Aquella no fue la mejor tarde de Pedro Moya; al público le dio por gritar y abuchearlo, prácticamente desde que inició el paseíllo hasta que arrastraron al último toro. Nada de lo que hacía calmaba el clamor del respetable. En cambio, cuando “El Cordobés” clavó los pies en la arena, el público rugía de entusiasmo. El quinto de la tarde, un toro negro azabache de bella estampa, lo atropelló con las patas traseras al rematar un natural, y lo pisoteó dejándolo tendido en la arena con el traje destrozado. Se levantó, se puso delante de la fiera y entró a matar en corto y por lo derecho. Una estocada certera acabó con el morlaco y la muchedumbre llenó de pañuelos los tendidos, ebria de entusiasmo. Le concedieron las dos orejas, y al día siguiente toda la prensa nacional se hacía eco de la noticia. “El Cordobés” corta orejas en la Monumental luciendo en su pecho la Cruz Magnética Vitafort.

roan82@gmail.com

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