Por Fernando Sánchez Resa.
Año tras año, el devenir del tiempo -cual clepsidra irremisible- nos va catapultando a un futuro que el presente nos prepara y el pretérito nos avala. Somos seres humanos que según la sociedad en la que nos desenvolvamos, la educación que hayamos recibido, la familia en la que nos hayamos criado…, recorreremos el cotidiano vivir de una manera diferente. ¡Ah! y según época, país, etc., en los que nos haya tocado nacer.
Los que hemos tenido la suerte de hacerlo en el mundo occidental y, en particular, en nuestra sociedad española, en donde las fiestas han sido religiosas durante mucho tiempo, vamos comprobando cómo se van transmutando lenta e irremisiblemente en laicas, como el ir y venir de la historia de la humanidad durante muchos siglos, en una continua sucesión de estadios terminables y cíclicos. Bien que podemos constatar cómo ha variado la forma de celebrar la Navidad y el Año Nuevo por estos pagos.
Los que ya vamos para mayores tenemos memoria de cómo se celebraban antaño, siendo unas fiestas familiares por excelencia, donde la familia más o menos extensa, de corte matriarcal, bajo la apariencia de patriarcal, se reunía y celebraba religiosamente lo que se rememoraba realmente: el nacimiento del Niño Jesús y, todo lo que le acompaña, Reyes Magos de oriente, etc.; mientras que ahora nos vamos encontrando -cada año más- con un empacho y batiburrillo navideño de música, compras, alimentos, bebidas y deseos edulcorados, ya prefabricados, a consumir en la realidad de nuestro entorno más próximo o en la virtualidad de la red de redes; por lo que ya se va uno encontrando bastante harto de tanta manipulación y de que nos muevan los hilos cual marionetas, pues nos creen -nos creemos- libres como los pájaros, y es precisamente todo lo contrario. Nos programan, nos dicen lo que tenemos que comprar, el tipo de amor que tenemos que practicar, la ropa que tenemos que vestir, las uvas que debemos que tomar…; el marketing nos ha colonizado, al igual que los usos y las costumbres del imperio actual que nos pide saber inglés, practicar footing o pilates, viajar por todo el mundo -y especialmente a Norteamérica-, llenándonos de entusiasmo y alegría, por decreto ley, de una manera vacía y sórdida. La fórmula es bien sencilla: insuflar mucha alegría y parafernalia exterior, con una flagrante falta de la necesaria y reconfortante paz interior. A la vez que van ganando terreno los Halloween, el Black Fridy, el Papá Noel…, mientras nuestras viejas y añosas costumbres van sucumbiendo irremisiblemente, pues no somos capaces de transmitirlas y ponerlas en valor -como nos dicen machaconamente, ahora, los políticos, pero refiriéndose a sus temas preferidos-. Nos señalan fehacientemente que todo lo que viene de fuera es mejor que lo nuestro: alimentación, festividades, costumbres, vestimenta, formas de pensar y actuar…; y, por tanto, hemos de abandonar lo nuestro. Así de ilusos somos.
Y así nos va. ¡Quizá sea un signo de los tiempos que nos ha tocado vivir y/o de la rotación de costumbres y modos de vida, que vuelven cíclicamente, como pasa en los aspectos político, social y/o religioso, convirtiéndolos en cívicos o paganos para que con el movimiento pendular del tiempo vuelvan a ser religiosos. ¡Nada nuevo bajo el sol…!
Sevilla, 1 de enero de 2018.