Por Mariano Valcárcel González.
Mitología: Conjunto de historias fabulosas de los dioses y héroes de un pueblo o cultura.
Mito: Fábula, relato alegórico generalmente asociado a la historia de las religiones.
Cosa fabulosa: Persona o cosa a la que se atribuyen determinadas cualidades (o defectos, añado) que la distinguen de las demás.
Sin: Leyenda, ficción, tradición.
O sea, que el lector u oidor de mitos debe tener en cuenta su carácter ficticio y fabuloso, meros inventos para entretener o para cimentar discursos que carecen de argumentos reales.
Y resulta que actualmente se fomentan los mitos intentando presentarlos como cosas reales.
Si los hermanos Grimm o Andersen viviesen en nuestra época, se quedarían con la boca abierta ante tanto material con el que se podían encontrar para redactar otras tandas de preciosos cuentos. Cuentos que nos han contado y que nos hemos tragado sin pizca de duda, sin ejercer crítica alguna. Cuentos que incluso hemos fomentado.
Los andaluces nos hemos tragado todo lo que se han inventado sobre nosotros y lo hemos hasta fomentado. Peor, se han cundido los mitos que nos atribuyen defectos sin límites, mitos que desde el católico y “honorable” Pujol y muchos catalanes o vascos nos dejan como gentes carentes de todo, de cultura, de dignidad, de esfuerzo, de iniciativa… Por el contrario, esos mitos se reescriben en positivo gracias a la acción beneficiosa de otros mitos, estos sí que positivos, que catalanes y vascos poseen. Así que los andaluces deben dar gracias muchas y constantes a la sociedad catalana (o vasca), porque con su benéfica influencia los han regenerado hasta, casi, casi, ponerlos a su nivel. Por poner un simple ejemplo, muy difundido y aceptado, recordaré que desde esas otras tierras se nos acusa de ser una autonomía muy dada a otorgar subvenciones (en especial a las áreas rurales y a los jornaleros en paro), pero nadie comenta que en Cataluña se subvenciona, y muy bien, a todos los movimientos independentistas; en especial, esas organizaciones que menean fuertemente el cotarro. ¿Hay subvenciones de primera y de tercera? ¡Claro, según sus cuentos!
Y hay mucho andaluz que se traga esa mitología sin discutirla ni analizarla.
Mitología muy variada que se tiene escrita acerca de la laboriosidad, iniciativa, cultura, sentido de la libertad (¡ay, la “gauche divine” catalana!, ¡ay, cómo se escuchaba a Llach, a la Bonet!) y singularidad de esos pueblos tan avanzados sobre los demás. Este mito ha sido muy explotado y admitido no como mito, sino como hecho real indiscutible. Nos hemos tragado los demás pueblos de España que estábamos muy detrás de ellos y se nos generó un enorme complejo de inferioridad (y en ellos de superioridad) tal que ya lo llevamos como congénito, avergonzándonos.
Por eso, se avergüenzan algunos de nuestros paisanos que andan por allá de tal forma que hasta reniegan y ocultan su ascendencia, manifestándose como los más combativos contra todo lo que signifique “no ser de allá”. Una grandísima pena.
Y, sin embargo, esos mitos los van desmontando historiadores, sociólogos, economistas, políticos de diversos orígenes, pero que van realizando un análisis crítico y documentado que pone las cosas en su sitio; y al mito lo llaman fábula e invención. Lo que son.
Se nos cuenta que la primera secesión, la verdad, acabó como el rosario de la aurora y hubieron de tornar a la situación inicial; por ello, en los discursos parciales actuales se encuentra poca mención a aquel fiasco terrible en sus consecuencias y del que solo queda el himno catalán, tan cantado ahora. Y esa es la única realidad.
Se nos cuenta la verdad de la segunda secesión que no fue en realidad tal, porque era realmente una lucha dinástica al trono de España y que, dentro de esa lucha, ocurrieron los hechos de la conquista de Barcelona (y Casanovas no murió en el asedio). Y que, posteriormente a los cambios borbónicos modernizadores e impuestos, empezó el despegue económico del Principado, a costa de otros territorios, como a costa de otros territorios ha sido siempre su desarrollo.
No se habla tampoco apenas de lo que significó el tránsito por la Primera República, que tuvo dos ‑dos de cuatro‑ presidentes catalanes, que fracasaron. Y se siguió montando el tinglado mitológico, a pesar de las evidencias.
Y de la Segunda República, ¿qué decir…? Aparte de los intentos de secesión por las bravas y a las claras, en general abortados, ¿nadie se acuerda de la otra guerra civil que se montó en Cataluña, especialmente en Barcelona?, ¿no desapareció Nin?, ¿no largaron a las columnas anarquistas hacia Aragón para quitárselas de encima?, ¿no fueron recibidos los fascistas casi hasta con descanso por parte de la burguesía catalana, hartos ya de tanto enfrentamiento…? Y Franco, ¿no los premió concediéndoles privilegios económicos y privilegiándoles un despegue a costa (como siempre) de los demás territorios, en especial los que luego les enviaron mano de obra abundante y barata?
El mito catalán se desvanece, si se contrarresta con datos y argumentos reales y fiables. Datos, no fábulas. Pero, repito; sus mitos han calado tanto entre ellos y nosotros que ya los creemos hasta como inevitables. Y así les va y nos va. Claro, por eso siempre argumentaron que el asunto de la independencia era cosa de “sentimientos”, que no necesitan demostración alguna.