Por Dionisio Rodríguez Mejías.
6.- Los proyectos para el nuevo año.
Arumí, que era un buen mozo, alto y guapetón, no quitaba los ojos del escote de Martina Méler; Paco se hacía el sueco cuando Genny le decía por señas que lo esperaba a la salida, y Javi, que se había levantado a las siete menos cuarto de la mañana ―como cada día―, no dejaba de mirar el reloj, porque Gracy tenía un rodaje, a partir de las doce, en un estudio alquilado por Selene a aquellas horas, para que les saliera a mitad de precio.
Poco después de las once, el señor Triquell, alto, elegante y bronceado, saludando con la vista a las mesas cercanas a la suya, se puso en pie para comentar sucintamente los resultados del ejercicio que estaba a punto de finalizar, hablar de las innovaciones que el departamento de marketing pensaba introducir al siguiente año y exponer las ventajas que supondrían, sobre todo para la fuerza de ventas. Tras una extensa introducción de plácemes y felicitaciones por los resultados obtenidos, y tras agradecer los esfuerzos de todos ‑y en especial, del departamento comercial‑, aseguró que antes del próximo verano habrían finalizado las obras de la piscina y las pistas de tenis, y se urbanizaría un tramo de doscientos metros en la calle principal. Dicho esto, empezó la fase de autobombo.
―Queridos amigos, estamos a punto de inaugurar la primase fase de la zona deportiva, y ya se vislumbra que Edén Park será muy pronto el complejo residencial más moderno y exclusivo de Cataluña. Y no es una apreciación mía, sino que acaban de informarme de que, en la última subida a finca, el señor Fariñas cerró una operación de diez parcelas. Por favor, démosle la enhorabuena a este modélico compañero nuestro, que ha sabido transmitir, a su cliente, esa fe y confianza en Edén Park, que todos compartimos desde su inauguración.
Se escucharon unos tímidos aplausos, porque ‑a consecuencia de la somnolencia provocada por la mezcla de vinos y la exagerada comilona‑ el personal asistía al discurso, amodorrado, inspeccionando las botellas de champán por si quedaba una copita más que llevarse al gollete. Dijo, a continuación, que para rentabilizar y “optimizar” (los de marketing siempre utilizaban esta palabra en lugar de “mejorar”) los recursos dedicados a la captación de clientes, a partir de enero, en lugar de los relojes, que ya no despertaban en el público tanto interés como cuando empezó la campaña, se regalarían máquinas fotográficas, para que los visitantes captaran en las cámaras la asombrosa belleza de Edén Park y recordaran durante mucho tiempo una excursión tan agradable y placentera.
Lógicamente, los precios del terreno deberían subir de forma razonable, para que los propietarios comprobaran la rentabilidad de su inversión y hablaran a sus más allegados, de los beneficios obtenidos. Se trataba de que el nombre de Edén Park llegara a todos los rincones de Cataluña; había que vender el nombre y apostar por un proyecto tan ilusionante. Al señor Triquell le gustaba utilizar la palabra apostar para motivar a unos equipos comerciales llenos de timadores y fulleros.
Y como colofón, lo asombroso, lo insólito, lo inesperado: había que vender, había que demostrar la salud financiera de la empresa y, para demostrarlo, a alguno de aquellos vanidosos del departamento de marketing, se le ocurrió que sortear un televisor cada domingo, entre los visitantes, optimizaría de manera notable los resultados. Eso sí; para evitar abusos y conseguir que todos concedieran la importancia que tan novedosa medida merecía, se estableció que el importe del aparato lo asumiera el equipo que resultara favorecido con la tele en el sorteo. Total, una minucia, una insignificancia, unas tres mil pesetas por cabeza a devengar de las futuras comisiones.
Pero como aquellos vendedores eran tan especiales, en esta ocasión nadie aplaudió la impopular medida; al contrario, se oyeron algunos abucheos, a los que el señor Triquell no concedió la menor atención, e incluso tuvo el detalle de pedir a Fariñas que se acercara a su mesa, para felicitarlo personalmente y pedirle que dijera unas palabras. El gallego, agradecido, tembloroso y con la cabeza baja, se acercó a la mesa, estrechó la mano del presidente, miró a los compañeros y acertó decir:
―Muchas gracias a todos.
En ese momento, se alzó una voz entre los invitados y gritó con fuerza:
―¡Monstruo, que eres un monstruo!
Fariñas, visiblemente nervioso, bajó de nuevo la cabeza y regresó con los compañeros de su equipo, que ‑puestos en pie‑ lo recibieron con encendidos aplausos.