Por Dionisio Rodríguez Mejías.
XIII
1.- El “new look” de Soriano.
Más de dos horas de reloj tardó María Luisa en actualizar la deteriorada imagen de Damián Soriano. Un lunes por la mañana, se encerró con él en la peluquería y, aprovechando que era el día de descanso semanal de sus oficialas, y que el salón permanecía cerrado toda la jornada, lo dejó como un san Luis. Un cuidadoso lavado de cabeza con champú de huevo para cabello normal (María Luisa siempre decía “cabello”, en lugar de pelo, porque hacía más fino), un esculpido a navaja, unas mechas de color caoba en el arranque de la frente, un modelado innovador y natural, un bigotito fino y bien recortado, y una abundante ración de crema antiarrugas de Nivea obraron el milagro en el ajado aspecto de su estimado Dam (ella no lo llamaba por otro nombre).
Esa fue la primera medida de la peluquera para asegurar los resultados del negocio, que estaban a punto de emprender. Y la segunda, la compra de un par de camisas ―una blanca para vestir y otra de franela para diario―, y media docena de calcetines, calzoncillos y unos zapatos nuevos para darle aspecto de ejecutivo. En cuanto a los trajes, pudieron aprovechar tres de los que había dejado el difunto esposo de María Luisa, algunos de ellos impecables, sin estrenar apenas. Como los pantalones le estaban algo cortos y un poco holgados de cintura, hubo que llevárselos a una costurera del barrio, que les metió un par de centímetros en la parte posterior y alargó el vuelto de la pernera a su medida. O sea, que le quedaron que ni pintados. En cambio, las chaquetas no fue necesario reformarlas, porque con la camiseta de felpa, la camisa de franela, y un jersey grueso, apenas se notaba que Dam era bastante más flaco que el finado.
Poco a poco, María Luisa fue introduciendo a Dam entre la clientela. Lo presentaba como un importante directivo de Edén Park; un hombre de negocios, atento y educado, que la asesoraba puntualmente en ciertas inversiones, de las que ya empezaba a obtener sustanciosos beneficios. Las buenas amigas se alegraron de la suerte de María Luisa y se interesaron en conocer al avispado personaje que le proporcionaba tan jugosas rentas: la esposa del carnicero, la panadera, la dueña de la papelería, la del puesto de frutas y verduras en el mercadillo; en fin, lo más florido de la aristocracia comercial del barrio felicitó a María Luisa por su buena suerte y le rogaron, encarecidamente, que les presentara cuanto antes a su Dam. Él se dejaba caer por la peluquería a última hora de la tarde, saludaba respetuosamente a las señoras y, a petición de María Luisa, accedía gentilmente a invitarlas a un suculento almuerzo el fin de semana y a contemplar la singular belleza de Edén Park, una prestigiosa urbanización, emblemática y acreditada.
―Personalmente tendré sumo gusto en atenderlas; y si Mari (él siempre llamaba a la peluquera por el diminutivo) nos hace el honor de acompañarnos, ella les mostrará las parcelas que acaba de adquirir. Una magnífica operación que muy pronto le reportará jugosas rentas, porque ya se sabe que poner el dinero en el banco no sirve para nada. ¿Verdad que sí?
De esta forma, Damián se aseguraba una clientela, ingenua y codiciosa, y con recursos económicos suficientes para ir colocando un par de terrenos, un domingo sí y otro también. Unas veces con idea de invertir y otras por la ilusión de tener una casita en el campo y disfrutar de la naturaleza; el caso era asegurarse una buena comisión cada fin de semana. Cuando se quedaban a solas, María Luisa, con cierta preocupación, le preguntaba a Damián qué sucedería si al final las cosas no salían como él pensaba y sus clientas pudieran llegar a arrepentirse. Pero Dam siempre tenía la respuesta a punto; por eso lo adoraba.
―Mari, tú no te preocupes; en caso de que eso llegara a suceder, cosa que yo no creo, sería más adelante y, para entonces, todos creerían que estábamos casados y que también habíamos sido víctimas del engaño. Sería muy divertido; tus clientas vendrían a la peluquería a ofrecerte consuelo, para que supieras que te querían de verdad. Y, para no ser menos, yo me quejaría de una fuerte depresión. ¿Qué te parece? Pero ya verás como la realidad será muy distinta: si las cosas pintan mal, tú y yo seremos los primeros en vender las parcelas y, tras un tiempo prudencial, montaremos un negocio de compraventa de coches de segunda mano, que es lo mío. ¿Qué te parece? Mari; ya te veo a mi lado, recorriendo la costa en un Ford Mustang descapotable. ¿Cómo lo ves?
―Oye, Dam, no estaremos cometiendo una estafa. ¿Verdad?
―Pero, mujer, ¿Cómo puedes pensar eso? ¿Roban los bancos? ¿Engaña La Bolsa a los inversionistas? ¿Verdad que no? La gente coloca su dinero en lo que cree que le reportará beneficios: unas veces acierta y otras se equivoca; pero ni a los banqueros ni a los agentes de cambio y bolsa se les acusa de estafadores. ¿No lo entiendes?
La disputa terminaba cuando Dam cogía del brazo a María Luisa y la llevaba a cenar. Ella pagaba la cena y él se preparaba para una larga noche de frenesí sexual.