Por Mariano Valcárcel González.
Y, claro, tengo que abordar la tercera parte de estas reflexiones acerca del procés catalán y sus consecuencias. Y es que, si dentro de Cataluña hay partidarios del mismo y fuera también, debemos contemplar por mero ejercicio democrático que tanto dentro como fuera haya detractores de la secesión catalana.
Habré de empezar negando parcialmente la mayor, o sea, que todos los que no están conformes con ello deban ser por mera y ofensiva calificación (y clasificación) de los independentistas unos fascistas, fachas y otras elegantes definiciones. No, ni todos son fascistas ni es cierto que no exista ninguno; pero ello es consecuencia de la mera concurrencia de pareceres e intereses, pues al igual que escribí que hay independentistas de primera, segunda o tercera clase (los hechos me dan la razón) los hay ‑llamémosles‑ constitucionalistas, unionistas, meros españoles.
Dentro de Cataluña existe más de media población que no desea la secesión. Y este es un hecho incontrovertible, pero que los del procés han decidido olvidar, no tener en cuenta, arrinconar en aras de su verdad inequívoca y exclusiva (nunca mejor dicho, porque excluye); esto no es precisamente muy democrático, pero ya decidieron que la democracia la representan únicamente ellos.
Entre los que no participan de la independencia, está claro que hay opciones catalanistas, pero que no ven inconveniente en compartirlo con los demás y en participar con los demás españoles. Hay quienes, a ello, añaden los cálculos necesarios para comprender que todo ello supondría un desequilibrio, si no un descalabro de la economía catalana; y con ello, un descalabro social muy importante. También tenemos los afincados allí, incluso desde generaciones procedentes de otras partes del territorio hispano, que se asimilaron, pero no olvidaron sus orígenes y no quieren ni traicionarlos ni traicionarse (aparte quedan los que nunca tuvieron principios). Quiero hacer mención especial de los andaluces llegados allá y que allá obtuvieron lo que acá se les negaba: el pan y el progreso para sí y sus descendientes; el aceptar eso obligaría, a los catalanes de pura cepa, aceptar sus consecuencias; o sea, que eso les ayudó a levantar su industria, su economía, su comercio… Unos pusieron y otros obtuvieron, en ambas direcciones.
Fuera del territorio catalán, la secesión es inconcebible. Fuera de los grupúsculos estelados,el resto de los españoles vemos la idea como absurda; no ya la acción. En nuestra cabeza, bailan datos de todas clases que nos hacen imposible que esa secesión no sólo sea deseable, sino que sea viable. No es viable; está muy claro.
Las relaciones entre todos y en todo están tan mezcladas, tan imbricadas, tan subordinadas unas con otras, que separarlas y romperlas es tarea titánica; salvo, como parece ser, se den por inexistentes esas dificultades y se hable alegremente de un camino llano, libre de obstáculos. O sea, se siga mintiendo descaradamente.
Por eso, los demás, que estamos ya afectados, no queremos que se continúe con esta demencia. Por eso, muchos clamamos para que se dé fin a ello o para que se abran vías democráticas y totales; y a todos los españoles, de consulta.
Podría ser que saliese el sí a la separación; tan hartos nos tienen ya con sus montajes y vaciedades que les daríamos la razón con tal de quitárnoslos de encima; que se vayan enhorabuena y que allá se las compongan. Pero con todas las consecuencias; consecuencias que empiezan a sentir en lo que más les duele, el dinero, y que se harán más evidentes en cuanto vaya pasando el tiempo.
Yo, por mi parte, sugiero que vayamos ajustando nuestras compras; sí, porque en el resto de España se proclaman y fabrican también productos iguales o mejores que en Cataluña y, si no los tenemos, también nos llegan del mercado europeo. Entonces ¿por qué creernos prisioneros de la producción catalana?; ¿por qué aceptar el chantaje que sutilmente (y no tan sutil) nos pretenden hacer? ¡Hay que dejar atrás nuestro complejo de inferioridad, que ellos se han encargado de cultivar conscientemente!
Bien, lo anterior no es más que mera muestra de por dónde podrían adoptarse medidas contundentes; y, desde luego, hay más. Y no se considere discriminación; que de la discriminación proceden.
Claro, me quedan los fascistas; pero de estos siempre se espera un no rotundo a cualquier desmembración del territorio nacional. Lo llevan en sus principios básicos.