Cuento feliz

Perfil

Por Mariano Valcárcel González.

Como en el cuento de “El Príncipe feliz”, a veces, necesitarían los políticos una golondrina que les hiciese dos favores: uno, que les señalase la cruda realidad que los circunda; dos, que se atreviese a ayudarles en planear y ejecutar las soluciones a lo anterior. Pues parece ser que es un hecho común el que a los políticos, sobre todo cuando ejercen el poder, se les atora la sensibilidad y la mente y solo ven por su ciclópeo ojo lo que quieren o desean ver. Y lo que sus aduladores siervos les permiten. He visto, en programa televisivo, a dos de los más serviles del partido gobernante, supuestos periodistas objetivos, rasgarse las vestiduras, porque varios informes ponen en solfa la política social de sus queridísimos jefes.

Al contrario que el protagonista del cuento, el político no se va desprendiendo de todo lo que tiene, hasta el límite; al contrario, en demasiadas ocasiones el político va acumulando sobre sí no el polvo del tiempo utilizado, ni la herrumbre de su larga trayectoria, sino las cagadas sustanciosas de los beneficios adquiridos con más o menos impunidad. Se afea así la estatua del político cargada del estiércol de su propia ambición.

Tampoco, como sí pasa en el cuento, hay humildes golondrinas que están dispuestas a permanecer junto al generoso político; si ven que este se va quedando sin nada, sin crédito ni poder, sin seguidores, se largan de inmediato; nada de permanecer en heroica defensa ni en honrosa actitud de fidelidad con el perdedor. Cuando el pobre político, concienciado de su servidumbre pública, pone toda la carne en el asador para lograr un máximo rendimiento en beneficio no de sí sino de los que sirve, entonces le sucede que se le produce un enorme deterioro y, si nadie le repara su estatua, como la del cuento, va degradándose sin remedio. Se la retirará, arrumbada, a un rincón. Ninguna golondrina compasiva y fiel morirá a su lado.

Algunas veces pasa que alguien repara en esa estatua y decide reintegrarla a su pedestal. Suelen ser las menos de las veces, pero pasa. Se restaura al político, se realiza una operación de limpieza y lustre y se le devuelve a la vida pública. Si su espíritu anda entre encarnadura y hueso, puede ser que el sujeto vuelva a sus actos por los que se le recuerda. Si realmente aprendió la lección, se cuidará ya de volver a perder su brillo (o no, si es contumaz).

Lo peor es cuando la estatua es en verdad estatua, sin soporte vivo, solo con un espíritu vagando por las ideas memorizadas. Se repondrá su estatua añorando sus viejas glorias, sus acciones que le llevaron al ostracismo, ahora sin embargo ensalzadas, para que no se pierdan en el vacío total. Como testigo de lo que otros debieran haber sido, haber hecho. Recuerdos que ya no nos sirven; añoranzas bobas de elogios a destiempo, como al que recién se muere. Todo mentira casi siempre.

La viva realidad no se puede perder nunca de vista; que el riesgo es gravísimo de entrar en ensoñaciones absurdas, en proyectos quiméricos, en universos oníricos de tramposa realidad. Luego viene el caerse de la cama (o del pedestal). Estar por encima de los hechos, por encima de lo vulgarmente cotidiano, de sentirse con tal peso de la púrpura envoltura que nada de lo que rodea sea tenido en cuenta, es cegarse adrede. No se puede defender esta postura con la absurda justificación de los “macros” (macroeconomía, etc.); si una mariposa mueve sus alas en China y hay un huracán en Perú habrá que tener en cuenta, pues, a la humilde mariposa.

La golondrina le ayudó al Príncipe a realizar sus proyectos y no le ocultó las realidades a las que se asomaba. El político/príncipe necesita de colaboradores fiables y fieles, y debe saber rodearse de ellos. Cuanto más fieles y eficaces, tendrá junto a sí no palomas lanzadoras de excrementos, sino más golondrinas voladoras, viajeras, raudas y ligeras.

Las golondrinas expulsarán y acabarán con los insectos parásitos y transmisores de enfermedades, molestos. Sus migraciones serán siempre recibidas con gozo, enhorabuena, portadoras de bienestar y de dicha. Y, en muchos lugares, existirán estatuas/políticos dispuestos a aceptarlas en su compañía.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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