Por Dionisio Rodríguez Mejías.
2.- ¡Por fin!
Cerró los ojos y me acercó sus labios. Nunca había besado a nadie que moviera la lengua de aquella forma. Quiero decir que la movía demasiado deprisa para mi gusto. Hasta entonces, nos habíamos besado sin prisas, con deleite y complacencia, saboreando el instante, pero aquella noche su lengua era una batidora. De vez en cuando, apartaba su boca de la mía, la acercaba a mi oído y susurraba mi nombre con voz profunda, como esas modelos que anuncian colonias para hombres en Navidad.