Por Fernando Sánchez Resa.
Al fin los jefes se dieron cuenta de lo mal situados que estábamos: rodeados de la artillería y muy expuestos a los ataques de la aviación enemiga; por eso, nos trasladamos a otro sitio más seguro. Allí sólo dejamos la cocina desecha y los tres animales que habían sucumbido al bombardeo: dos mulos y el caballo de nuestro capitán.