Por Fernando Sánchez Resa.
Al fin los jefes se dieron cuenta de lo mal situados que estábamos: rodeados de la artillería y muy expuestos a los ataques de la aviación enemiga; por eso, nos trasladamos a otro sitio más seguro. Allí sólo dejamos la cocina desecha y los tres animales que habían sucumbido al bombardeo: dos mulos y el caballo de nuestro capitán.
Comenzamos la retirada al anochecer, con una luna espléndida, y anduvimos unos tres kilómetros hasta que encontramos unas trincheras viejas, algunas chabolas vacías y una casita en ruinas (en la que nos acomodamos la Plana Mayor). Yo hice el trayecto un tanto retrasado, apoyándome en el bastón prestado del teniente Deroqui, pues mis piernas heridas dificultaban mi marcha. Pasamos la noche bien; comprobando, al día siguiente, que mis heridas e hinchazón iban mejorando.
Como ese día la Plana Mayor tuvo que hacer guardia en el mismo lugar del bombardeo anterior, volvimos esa mañana (un compañero y yo) al mismo escenario, hasta el mediodía. Comprobamos que del caballo muerto y un mulo solamente quedaban los huesos, mientras que al otro le faltaban las ancas, el corazón y algo más. Nosotros, al estar acuciados por el hambre, no quisimos ser menos y disputamos a los cuervos lo que quedaba del mulo muerto, llenando una buena lata de chuletas. Los pobres animalitos tuvieron que esperar a que un soldado llenase su balde de agua para comenzar su pitanza. ¡Qué bien saciamos el hambre aquella noche cenando unos estupendos platos de carne frita…!
Como el enemigo se apercibió de que vivíamos en la casita deshabitada, por la tarde (del 1 de febrero) estuvieron cañoneándonos y enviándonos obuses que la llenaron (varias veces) de piedras y metralla.
A la mañana siguiente, aproveché para escribir cartas para Martos y Jaén, pero a la tarde volvió de nuevo el cañoneo. Al ver que el frente estaba cerca y cómo los rojos cedían terreno retrocediendo, nosotros abandonamos corriendo la casita, siendo perseguidos por los disparos de los cañones nacionales; descendimos a la vaguada y atravesamos el río para parapetarnos tras un muro, sin que ocurriese nada… Luego, volvimos a la casilla y comprobamos (desde la altura) que el cuarto batallón de nuestra compañía había resistido valientemente la posición; aunque no duraría mucho tiempo…
A la noche, hubo doble guardia en la compañía: la Plana Mayor, en el puesto de los teléfonos llamado “Atila” (como siempre); y los de la compañía, armados en el campo por si el enemigo nos cercase e hiciese prisioneros. Tras pasar una noche de inquietud llegó otra jornada en la que nos batimos en retirada…
Úbeda, 8 de julio de 2015.